viernes, 23 de octubre de 2020

Y SI FUERA ÉL. CAPITULO 3

 Sentada en la mesa de la oficina, estaba revisando unos documentos, cuando sentí el olor de la colonia de hombre que solía llevar Armando, pero una voz fuerte me sacó de mi error:

-         Buenos días, soy Alberto Rodríguez, creo que el Sr. Cortés me está esperando.

Me quedé petrificada al verle, era un hombre de unos treinta años, guapo, alto, castaño de intensos ojos azules, que con solo mirarme me hizo sentir que me derretía por él.

-         S... sí, Señor, un momento.

Me levanté, llamé a la puerta del despacho de Pedro y tras llamar entré asomando la cabeza solo para decirle:

-         El Sr. Rodríguez está aquí.

-         Hazlo pasar y coge tu libreta, tienes que coger algunas notas – dijo mi jefe.

Volví a donde estaba el Sr. Rodríguez y le dije:

-         Puede pasar – cogí una libreta y mi boli – por aquí – le indiqué abriendo la puerta del despacho de mi jefe.

El Sr. Rodríguez pasó y yo le seguí sin perder detalle de su bien formada espalda que hacía que el traje le quedara como un guante. Mi jefe se levantó de la mesa y le tendió la mano al cliente diciéndole:

-         Buenos días, Alberto ¿qué tal? Supongo que no te importará que mi secretaria tome nota.


-         No, para nada – respondió el cliente mirándome de arriba abajo.

Yo sonreí y antes de sentarme le ofrecí una silla al Sr. Rodríguez.

-         Gracias – me respondió mirándome a los ojos directamente, lo que me hizo sentir algo intimidada y bajé la mirada al suelo.

La reunión transcurrió tranquilamente, yo tomé las notas necesarias y mi jefe llegó a un acuerdo con el Sr. Rodríguez que en todo el rato no dejó de mirar mis piernas disimuladamente.

- Bien, pues redactaré el contrato y se lo haré llegar por correo electrónico – le dijo mi jefe a Alberto.

-         Gracias.

-         Acompaña al Sr. Rodríguez – me ordenó mi jefe.

-         Si Señor – respondí, indicándole al cliente que pasara.

Ambos hombres se despidieron con un apretón de manos y yo le pedí al Sr. Rodríguez que me siguiera. Lo llevé hasta el ascensor y allí me despedí, al darme la mano para estrecharla dijo:

-         ¿Puedo invitarla a cenar Srta.?

Sus ojos volvieron a cruzarse con los míos, su mirada me embrujaba. No sabía que responderle, había algo en él que me atraía y mucho y algo que me intimidaba.

-         Sí, claro – respondí finalmente, sintiendo como mi corazón corría a cien por hora.

-         ¿Qué le parece si paso a recogerla luego, cuando termine su trabajo?

-         Pero, yo... esta ropa...

-         No se preocupe, si quiere antes de ir a cenar puedo llevarla a su casa para que se cambie.

-         ¡Oh, no, yo.. no puedo dejar que haga eso!

-         ¿Por qué no? No supone ninguna molestia para mí y así podemos pasar más tiempo juntos.

Su respuesta me dejó atónita, y al mirarle a los ojos me di cuenta de que estaba maquinando algo. Me recordó a Armando.

-         Esta bien, salgo a las seis – le dije.

-         Aquí estaré, la esperaré a esa hora en el vestíbulo. Nos vemos

-         Sí.

El ascensor se abrió frente a nosotros y él entró, las puertas se cerraron y sentí como si me quedara sin aire.

Volví a mi mesa y me pasé el resto del día pensando en él y deseando que fueran las seis de la tarde.

Precisamente sobre las cinco no pude evitar coger el teléfono y llamar a Ana, mi mejor amiga, con la que había compartido tantas cosas, desde mis mejores momentos con Armando hasta los últimos meses en que tantas veces había llorado en su hombro por la pérdida de Armando.

-         Vaya, así que tienes una cita con un hombre interesante – me dijo tras contárselo.

-         Si, y creo que promete.

-         Eso espero, realmente te lo mereces, preciosa. A ver si por fin levantas cabeza y te olvidas de ese desgraciado.

-         ¡Ana! – la reñí.

-         Emma es verdad, no puedo darle otro nombre, es un desgraciado, después de todo lo que le diste, lo que hiciste por él, y el muy desgraciado se atreve a ponerte los cuernos con la primera que se abre de piernas.

-         Ana, por favor.

-         Bueno, diviértete con ese bombón, ¿vale? Te lo mereces, te dejo ya que mi jefe viene para acá.

-         Vale, ya te contaré.

A las seis en punto recogí, me puse mi chaqueta y bajé al vestíbulo. Allí en el centro me estaba esperando Alberto. Me tendió su brazo y salimos a la calle, donde un hermoso Mercedes, con chofer nos esperaba. Armando me hizo subir y el chofer arrancó. Durante el trayecto a casa, Alberto sentado a mi lado, se limitó a meter su mano entre mis piernas y acariciar mi muslo, pero lo hizo de manera tan suave y sensual que desee más.

Y ese más llegó cuando llegamos a mi casa, abrí la puerta sintiendo que mi corazón iba a mil por hora, sabía que iba a pasar algo y algo muy caliente y excitante entre él y yo, pues la atracción sexual entre nosotros era evidente y así fue.

Entramos y casi sin decirme nada, me cogió del brazo llevándome en volandas hasta el comedor, me hizo inclinar sobre la mesa, se quitó la corbata y poniendo mis manos por encima de mi cabeza me ató a una de las patas. Sentí mi sexo humedecerse con anticipación y un gemido ahogado escapó de mi garganta, mientras oía como se bajaba la cremallera del pantalón y sus manos subían la falda y me bajaban las bragas.


-         ¡Oh, Alberto! – suspiré sintiendo mi sexo palpitar. Poco importaba la urgencia con que me había llevado hasta la mesa, yo estaba tan ansiosa como él de que me follara.

-         Voy a follarte, nena – anunció - lo he estado deseando desde que te vi por primera vez en la oficina y no puedo esperar más.

Todo mi cuerpo se estremeció ante aquella declaración y sin darme tiempo a nada, sentí la dura polla de Alberto penetrándome, metiéndose en mi hasta el fondo. Un gemido ahogado en su boca, otro en la mía y sus manos sujetando mis caderas, su polla empezando un endiablado camino hacia el placer, entrando y saliendo de mí, haciéndome gemir y excitándome como nunca. Deslizó una de sus manos por mi espalda, hasta mi pelo y tiró de él, empujando con fuerza dentro de mí, haciendo que su verga se hundiera en mi hasta los huevos, y mi cuerpo ardiera de placer sintiéndole dentro de mí, quemándome. Gemidos y más gemidos, jadeos de cuerpos que se dan placer mutuamente, fuertes embestidas que me hacían estremecer y el orgasmo empezando a nacer entre los pliegues de mi húmedo sexo.

-         ¡Oh, Alberto, me voy a correr!

-         Pues córrete, córrete, nena, dame tu placer.

Y todo mi cuerpo tensándose en un maravilloso placer, mi sexo estrujó el suyo y sentí como se hinchaba dentro de mí para explotar también, liberándose en un maravilloso orgasmo. Su voz jadeando un:

-         ¡Aaaaahh! – en mis oídos, mientras se dejaba caer sobre mí y todo mi cuerpo se convulsionaba sin remedio sintiendo los últimos estertores del mejor orgasmo que había tenido en los últimos meses.

Nuestros cuerpos se aquietaron y permanecimos inmóviles unos segundos. Luego sentí como despacio sacaba su miembro de mí y me desataba las manos. Y en un susurro me dijo al oído:

-         Eres mía, nena. Sólo mía, no lo olvides.

-         No Señor – respondí casi sin pensar, viendo cómo se quitaba el condón que había usado.

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