Cuando desperté por la mañana Moises ya se había ido. Me levanté y me vestí, desayuné y salí hacia el trabajo. Allí no pude concentrarme en todo el rato, pues no dejaba de pensar en Francisco y en sus manos acariciando mi cuerpo, haciéndome estremecer. Deseaba volver a sentir esa sensación pero… De repente, inmersa en esos pensamientos el teléfono me despertó, era un número desconocido, pero aún así, lo cogí:
¡Hola preciosa! - mi corazón empezó a latir a cien por hora, era Francisco.
Pero ¿qué haces? ¿Cómo has encontrado este número?
Fácil, en la agenda de tu marido. Necesito verte, hablar contigo, no dejo de pensar en tí.
No, lo que pasó ayer fue una locura y no debería volver a suceder.
¿De verdad? Dime que no sentiste nada y te dejaré en paz si es lo que quieres.
Me quedé callada, no podía decirle que no había sentido nada, no podía decirle que sus manos no me habían hecho estremecer y desear más.
¿Qué sentiste? - me preguntó al ver que no le respondía.
Yo, no sé.
¿Me deseaste?
Sí, sí, deseé más y no he dejado de pensar en ti desde entonces - le confesé por fin.
Entonces, déjame verte otra vez, hablemos, dejemos que el tiempo decida, déjate llevar ¿cuanto hace que no te dejas llevar por lo que sientes?
Esta bien - acepté por fin, pues era cierto, hacía mucho que no me dejaba llevar por lo que sentía.
¿Qué te parece si paso cuando termines de trabajar y tomamos algo? Sólo será una copa, hablaremos un poco y luego serás tú quien decida si quieres volver a verme o no. ¿Vale?
Vale - acepté.
¿A que hora sales?
A las seis - le respondí.
Tras colgar a los cinco minutos ya me estaba arrepintiendo de haberle dicho que sí. Pero él tenía razón, debía dejarme llevar. Y todo lo sucedido la noche anterior había pasado porque yo lo había querido. Pasé el resto del día muy nerviosa tanto que Susana, mi mejor amiga y compañera, no tardó en darse cuenta y a la hora de la comida me preguntó:
¿Se puede saber que te pasa hoy? Estas muy nerviosa y distraída.
Es que… ayer conocí a un chico, en la fiesta del trabajo de Moises.
¿Sí? y…
Fue mientras esperaba que Moises llegara, nos besamos y tuvimos… bueno, me pidió el teléfono y hoy me ha llamado. Nos veremos luego, a la hora de la salida. No se si debería.
Claro que debes ir. Total, sólo os disteis un beso ¿no? Y además, ¿no te está poniendo los cuernos el cabrón de Moisés? - me preguntó mi amiga
Bueno, no lo sé seguro, pero es lo que sospecho, tú lo sabes.
Te los pone, ya te lo digo yo, con su secretaria, sino porque se queda siempre en la oficina hasta las tantas. Así que tú irás a esa cita con ese guapo chico.
¿Pero es que es el hijo del jefe de Moisés y además trabajan juntos?
Ya ¿y…? Mira, tú te tomas una copa con él y luego ya verás que haces, ¿no?
Sí.
A las seis en punto, recogí mi mesa y nerviosa, cogí mi bolso y bajé a la recepción donde había quedado con Francisco. Mientras bajaba en el ascensor, le envié un mensaje a Moisés diciéndole que llegaría un poco más tarde a casa, pues iría a tomar algo con Susana.
Al llegar a la recepción, vi a Francisco caminando nervioso de un lado a otro. Me acerqué a él y al verme me sonrió.
Hola preciosa ¿cómo ha ido el día?
Me gustó que me preguntara aquello, pues evidenciaba que le importada de algún modo. Moisés llevaba ya mucho tiempo sin preguntarme ni un sólo dia, como me había ido el día.
Hola, bien. ¿Vamos?
Sí, he visto una cafetería un poco más abajo.
Ya, no sé, allí me conocen y no sé, si me ven contigo… - alegué.
Sí, tienes razón. Bueno, pues… - pensó durante unos segundos y finalmente dijo - tengo una idea. Anda vamos a mi coche.
Subimos a su coche y antes de que arrancara le pregunté:
¿A dónde vamos?
A mi casa, allí no podrá verte nadie y podremos tomar un café tranquilos.
Tampoco aquella me parecía la mejor de las ideas, pero… sin duda era mejor que el café de al lado de mi oficina. Y tenía razón, allí nadie nos molestaría.
Durante casi todo el trayecto permanecimos en silencio, pues yo no hacía más que pensar que aquella no había sido una buena idea. Quedar con él, ir a su casa… sin duda, todo aquello me llevaba más allá de lo que hasta ese momento había pasado entre nosotros, pues él me gustaba y yo era evidente que le gustaba a él. En sus brazos me había sentido deseada, admirada.
¿Qué piensas? - me preguntó cuando ya estábamos llegando y bajábamos por la rampa del parking.
Nada - le respondí.
Sé que no es fácil, que seguramente te estás enfrentando a un montón de sentimientos contradictorios ahora mismo, pero no voy a negar que tú me gustas y que ayer noche lo que hice, lo que hicimos, me gustó, y creo que a tí también y que ambos queremos más. Bajé mi mirada al suelo, tenía razón. Yo quería más, quería dejarme llevar por él, dejarme hacer lo que él quisiera y sentirme de nuevo, deseada.
Sí, es verdad - le dije.
Francisco aparcó el coche, y me ayudó a bajar de él, ofreciéndome su mano. Luego, sin soltarme me llevó hasta el ascensor y subimos hasta el ático. Francisco vivía en el mismo edificio que su padre y al ver que subiamos al ático temí que fuera en el mismo piso incluso, pero no fué así. Al llegar, en lugar de dirigirnos hacía la puerta que quedaba enfrente nos dirigimos a otra que quedaba a la derecha.No, no vivo con mis padres. Pero tanto yo como mi hermano, tenemos un ático aquí. Yo el de la derecha y él el de la izquierda, así mi padre nos puede tener controlados hasta cierto punto - me indicó Francisco mientras llegábamos frente a su puerta.
Entramos en el piso, era casi tan grande como el de sus padres y tenía también una gran terraza. Francisco cogió mi bolso y mi chaqueta y los dejó en un perchero que había en el recibidor. Entramos en un gran salón presidido por un par de sofás de tres plazas, frente a los que había una mesa baja y en la pared un televisor de gran tamaño. Al otro lado había una mesa redonda con cuatro sillas.Bienvenida a mi casa ¿que quieres tomar? - me preguntó ofreciéndome sentar en uno de los sofás.
Un café está bien - le dije.
Perfecto, ponte cómoda, vuelvo enseguida - me dijo dirigiéndose a la cocina que estaba a la izquierda del salón.
Tenía ganas de curiosear, pero no me atrevía, así que dudé un poco entre levantarme e ir a curiosear por la casa o quedarme allí sentada, cuando enseguida apareció Francisco con una bandeja, con un par de cafés y todo lo necesario para servirlos. Se sentó a mi lado y puso uno de los cafés enfrente de mí. Me preguntó si quería leche, cuánto azúcar quería y finalmente una vez servidos los cafés, nos quedamos mirándonos a los ojos. Entonces, Francisco deslizó su mano hacía mi rodilla y la acarició suavemente. Suspiré. Me gustaba sentir sus manos sobre mi cuerpo. Subió con su mano por mi pierna mientras decía:
Sino quieres que siga solo tienes que decírmelo y pararé. Pero creo que ambos sabemos lo que va a pasar ahora.
Ufff
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