miércoles, 23 de septiembre de 2020

BUSCANDO LA PASIÓN 2º CAPITULO

 Me quedé de una pieza al descubrir que Francisco era el hijo del jefe de mi marido. Quería morirme, pero traté de mantener la compostura.

- Este es Moisés, uno de mis mejores abogados, a partir de mañana quiero que trabajéis juntos. – Le dijo el jefe de mi marido a su hijo.

- Encantado – Dijo Francisco tendiéndole la mano a Moisés y mirándome a mí.

Moisés le estrechó la mano y dijo:

- Encantado, esta es mi esposa, Elisa.

Francisco estrechó mi mano con total indiferencia, como si nada hubiera sucedido unos minutos antes entre nosotros.

- Mucho gusto, señora.

Luego él y Moisés se pusieron a hablar. Yo cada vez me sentía más incómoda y tenía más ganas de salir de allí, hasta que Moisés lo notó y tras disculparse con Francisco y despedirse de su jefe, nos fuimos a casa.

Durante todo el trayecto en coche hasta casa, no hice más que pensar, tratar de analizar los porques.

¿Por qué me sentía tan atraída por Francisco? ¿Por qué me había dejado llevar por la pasión y la locura? ¿Por qué había dejado que Francisco me besara y acariciara en aquella terraza? ¿Por qué por unos minutos me olvidé por completo de mi marido? Todas esas preguntas daban vueltas y más vueltas en mi cabeza, mientras a la vez, pensaba en que Moisés cada vez le dedicaba más tiempo a su trabajo y menos a mí, que cada vez me escuchaba menos cuando le contaba mis problemas y que cada vez me aburría más a su lado, sentía como si nuestra forma de ver la vida cada vez se alejara más. Como si él quisiera irse por un camino y yo por otro.

Cuando entramos en el ascensor Moisés, me preguntó:

- ¿Te pasa algo, cariño?

- No, nada.

Le miré a los ojos y luego le abracé con todas mis fuerzas.

Al entrar en casa, lo llevé corriendo hasta la habitación, no quería perder el tiempo. Sentía la imperiosa necesidad de sentirle dentro de mí, de quitarme el sentimiento de culpa que me embargaba. Empezamos a besarnos y desnudarnos mutuamente.

- ¡Me encanta este vestido, te hace tan sexy! – Me dijo mientras desabrochaba la cremallera.

Yo trataba de desabrocharle sus pantalones. Él deslizó mi vestido hacía abajo, dejándolo caer al suelo. Sin dejar de besarme, empujó el tirante del sujetador por mi hombro, mientras sus labios bajaban también por mi cuello. Yo en ese momento, estaba entretenida en quitarle la camisa, que también dejé caer al suelo. Sus labios descendían por mi piel, hasta llegar a mi seno. Apartó la copa del sujetador y besó mi pezón, haciendo que todo mi cuerpo se estremeciera. La sensación de su boca sobre mi piel en lugar de hacerme olvidar lo sucedido en aquella terraza lograba el efecto contrario. Acarició mis senos y siguió descendiendo por mi piel hasta llegar a mi sexo. Mientras mi mente se perdía en un lugar paradisiaco donde Francisco era el que besaba cada centímetro de mi piel. Pero oí la voz de Moisés diciéndome:

- ¡Qué hermosa eres! – Esas palabras me despertaron de mi sueño romántico volviéndome a la realidad. Aquel que me besaba no era Francisco, sino Moisés, mi marido.

Entonces me hizo poner de espaldas a la cama, besó mi vientre y adentrando sus dedos entre mis piernas comprobó la humedad de mí sexo.


- Tienes ganas ¿eh?

- Sí – Musité. Aunque no de él especialmente.

- Yo también. Anda, túmbate. – Me pidió.

Obedecí tumbándome sobre la cama con las piernas abiertas y enseguida sentí su respiración sobre mi sexo y luego su lengua buscando mi clítoris. Empezó a chupetearlo y en pocos segundos ya me tenía a mil, gimiendo excitada, mientras sentía aquellas dulces caricias sobre mi sexo.

Moisés movía su lengua muy diestramente de mi clítoris a mi vagina e introduciéndose en ella de vez en cuando. Pero yo no sentía nada, trataba de excitarme, imaginando a Francisco haciéndome aquello, pero no lograba excitarme. Por eso le supliqué:

- ¡Para, o me voy a correr!

Entonces levantó su cabeza y mirándome a los ojos me dijo travieso:

- ¿Quieres que te la meta?

- Sí. – Musité.

Moisés se puso en pie y se quitó el slip. Me hizo tumbar sobre la cama y poniéndose sobre mí, dirigió su sexo hasta el mío y muy suavemente me penetró. Cuando ya estaba completamente en mí, se quedó un rato inmóvil.

Luego empezó a moverse lentamente sobre mí. Y poco a poco fue aumentando el ritmo con suavidad, logrando que me excitara. Pero esta vez yo me sentía muy lejos de él y de aquel lugar, mis pensamientos, mis sentimientos, mis besos, estaban con otra persona.


Después de un rato, cabalgando sobre mí, sentí como todo su cuerpo se contraía y como descargaba en mi interior, mientras yo trataba de disimular que también estaba llegando al orgasmo.

Tras eso se separó de mí, me dio un tierno beso en los labios y dijo:

- Buenas noches, cariño. - Y se giró dándome la espalda.

Apagué la luz y como él, también me giré dándole la espalda y empecé a pensar y a recordar lo sucedido aquella noche con aquel hombre que no era mi marido. Aquella noche dormí poco y mal, pensando sólo en Francisco.


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