CAPÍTULO 1 Noche de pasión
Frente
a mí tenía una de las obras más maravillosas y esplendidas que
había visto en mucho tiempo. Una escena BDSM llena de realismo: la
mujer de rodillas en el suelo, desnuda, mirando a su Amo, que de pie
la observaba también, con deseo y emoción. No podía dejar de
mirarla, incluso me hacía sentir parte del cuadro, me hacía sentir
que yo era esa sumisa arrodillada a los pies de su Amo.
Una
voz grave, con un deje musical, me sacó de mi ensimismamiento.
— Percibo
que esta pieza le habla de una manera especial.
Me
giré, ligeramente sobresaltada, y me encontré con los ojos oscuros
y más penetrantes que nunca antes hubiera visto. Su presencia
llenaba el espacio a nuestro alrededor con una intensidad silenciosa.
— Es
impactante — logré articular finalmente, sintiendo un ligero rubor
en mis mejillas — La crudeza, la vulnerabilidad… y al mismo
tiempo, una extraña fuerza.
El
atractivo joven asintió con los ojos fijos en la pintura, como si
estuviera reviviendo el momento en que la creo.
— Busco
la verdad en la piel, en la entrega. La sumisión no siempre es
debilidad, ¿sabe? A veces es la forma más poderosa de rendirse a un
deseo, de confiar plenamente.
Sus
palabras resonaron de una manera inesperada, tocando fibras dormidas
en mi interior. La forma en que hablaba del arte plasmado en aquella
obra, era apasionada y visceral.
— Nunca
lo había visto de esa manera — volviendo mi mirada hacía la
pintura con una nueva perspectiva — Siempre lo había asociado con…
la dominación.
Una
leve sonrisa curvó sus labios, haciéndolo aún más atractivo.
— La
dominación sin consentimiento es tiranía. Pero cuando hay un
acuerdo, una danza de poder consentida… ahí reside una intimidad
profunda, una conexión que trasciende lo físico.
Se
giró hacia mí, mirándome profundamente y haciéndome sentir que
centraba toda su atención en mí.
— Usted…
¿Qué ve en la mirada de ella?
La
pregunta me tomó por sorpresa, haciéndome dudar un segundo,
mientras su mirada se intensificaba sobre mí, tratando de
descubrirme. Mi corazón se saltó un latido y finalmente pude
responderle:
— Veo…
anhelo. Veo entrega total, pero también veo una especie de desafío
silencioso. Como si en su sumisión encontrara su propia fuerza.
Su
intensa mirada hizo que, de nuevo, me pusiera nerviosa y mi corazón
se acelerara.
— Ha
comprendido la esencia, pocas personas lo hacen.
Un
breve silencio se extendió entre ambos, cargado de una tensión
apenas contenida. Sentí una conexión extraña, casi palpable, con
ese hombre que acababa de conocer. Su forma de ver el arte, la vida,
parecía resonar con algo profundo en mi interior, algo que mi vida
cotidiana y mi matrimonio habían mantenido dormido.
— Soy
Luca — dijo extendiendo su mano hacia mí — Luca Rossi.
Se
la estreché sintiendo el calor de su piel en la mía, y una
corriente eléctrica que parecía atravesarme.
— Elizabeth
— respondí, sin saber que más decirle, me tenía embrujada bajo
su hechizo.
Sus
ojos no dejaban de mirarme, lo hacía intensamente, como si quisiera
escrutarme, adivinar que estaba pensando.
— Elizabeth
— repitió, saboreando mi nombre como si fuera una palabra nueva
para él. Su acento italiano añadió una calidez sensual a la
pronunciación — Un nombre hermoso.
— Gracias
— dije apartando mi mano suavemente de la suya. Me había puesto
nerviosa, muy nerviosa, porque en cada mirada, en sus palabras,
parecía que quisiera desnudarme allí mismo y hacerme participe que
la escena que él había dibujado en el cuadro. — Debería irme —
añadí para deshacerme de él — mi amiga me estará buscando.
— No
lo dudo, pero ¿de verdad quieres irte? ¿No querrías probar un poco
de lo que has visto en el cuadro?
Todo
mi cuerpo se estremeció, parecía como si estuviera adivinando lo
que deseaba, porque sí, claro que quería probarlo, pero con él y
no debía, yo… era una mujer casada y con hijos, no podía
permitirme un desliz.
— Nooo
— dije titubeando.
Me
di medía vuelta y traté de salir de aquella sala, pero él, detrás
de mí, logró detenerme:
— ¿De
verdad? — Su voz era un susurró grave en mi oído.
Me
giré hacía él, sus ojos me miraban con deseo. Y yo, sentía que
quería más, claro que quería, pero mi matrimonio, mis hijos, mi
vida. Y entonces, él acercó sus labios a los míos y me robó un
beso, un beso que quemó mi piel, mi matrimonio y todo lo que me
impedía responder aquel beso. Y lo hice, yo también le besé,
correspondí su beso, abrazándolo, acercando mi cuerpo al suyo,
haciéndole sentir el calor que me quemaba y sintiendo como su cuerpo
se estremecía y ardía por mí.
Cuando
rompió el besó, me tomó de la mano y diciendo:
— Ven,
vamos — Tiró de mí.
— ¿Dónde
vamos? — le pregunté en un último intento por recobrar la
cordura.
— A
un lugar donde pueda hacerte sentir lo que has descubierto en esa
pintura.
— Espera,
tengo que avisar a mi amiga.
Me
acerqué a Clara que vi que charlaba con un atractivo hombre y le
dije que no pasaría la noche en el hotel, que no me esperara, que
nos veríamos por la mañana. Como buena amiga que era, no dijo nada,
solo que me divirtiera. Volví a donde estaba Luca y le dije:
— Ahora
sí, vamos.
Me
cogió de la mano nuevamente:
— Vamos.
Mi
corazón empezó a latir entonces tan fuerte, que podía sentir sus
latidos en mi sien. ¿De verdad iba a hacer lo que iba a hacer?
Sí,
iba a hacerlo. Dejé que Luca me llevara donde él quisiera, que fue
a su casa, a su estudio que estaba a sólo un par de calles de la
galería. Cuando subimos por las escaleras del viejo edificio,
parecíamos dos adolescentes antes de su primera vez. Llegamos al
ático, un pequeño piso, donde todo estaba en una sola habitación,
cocina, comedor y dormitorio. Sólo el baño estaba separado en otra
habitación.
La
luz tenue que se filtraba por las ventanas del ático, dibujaba
sombras alargadas, creando una atmósfera íntima. Luca cerró la
puerta con llave, y encendió la luz. El aire olía a óleo y madera.
Apoyado en un caballete había un cuadro, junto a una mesa alta donde
estaban las pinturas y los pinceles. ¿Qué estaba haciendo yo allí?
Me pregunté, pero Luca no dejó que me lo preguntara por mucho
tiempo. Se acercó a mí tomándome por la cintura y besándome
nuevamente.
— No
creas que hago esto con todas, no sé qué me ha pasado, pero tú…
eres única — me dijo.
Un
jadeo escapó de mí garganta.
— ¿Quieres
ser mi sumisa esta noche? — me preguntó antes de empezar a
desnudarme.
Yo
dudé unos segundos, pero cuando sus ojos volvieron a cruzarse con
los míosi,
sólo pude responder:
— Sí,
sí quiero.
Una
sonrisa, la primera sonrisa completa que le veía, iluminó su
rostro, haciéndolo aún más atractivo. Había una mezcla de triunfo
y ternura inesperada en ella.
— Pues
desnúdate para mí — me ordenó mientras se separaba de mí,
dejándome en el centro de la habitación.
Sentí
un calor abrasador apoderarse de mí, subir hasta mis mejillas. Nunca
nadie me había hablado así, nunca antes me había sentido tan
expuesta y tan intensamente observada. Era una sensación nueva, pero
era algo que me gustaba, que me hacía sentir segura.
Mis
manos temblaban mientras se dirigían los botones de mi blusa que
desabroché despacio. La tela cayó al suelo y seguí con la falda,
mientras Luca no dejaba de observarme con deseo en sus ojos. Me quité
también la ropa interior y cuando estuve totalmente desnuda, él se
acercó a mí.
— Ahora
arrodíllate.
Obedecí,
arrodillándome frente a él. Elevé mi mirada hacía él y esperé
su siguiente orden:
— Desnúdate.
Llevé
mis manos hacía el cinturón que ataba sus pantalones y lo
desabroché, después desabroché el botón y la cremallera, empujé
los pantalones hacía abajo, junto al clip y un sexo, largo, erecto,
y ansioso de poseerme apareció ante mis ojos.
— Chúpame
la.
Tragué
saliva, la tomé con una mano y acerqué mi boca, abriéndola para
recibir su polla, que introduje. Cerré mis labios a su alrededor y
empecé a chuparla, a saborearla, recordando que aquella era la
primera vez en muchos años que hacía aquello. Ya que en los últimos
dos años no había tenido sexo con mi marido, y desde que habíamos
tenido a nuestro primer hijo, lo habíamos hecho en la típica
postura del misionero.
Sentí
como Luca enredaba sus manos en mi pelo y empujaba mi cabeza de modo
que su polla entraba más en mi boca. Me pareció un gesto de
posesión además de pasión, y de nuevo, sentí aquella conexión
que nos unía.
— ¡Oh,
Dios! — gimió excitado.
Yo
también me sentía excitada, mi sexo se humedecía cada vez más y
más. Le deseaba cada vez más. Saqué su polla de mi boca y musité:
— Hazme
tuya, Señor.
Luca
me tomó en brazos, y me llevó hacía el improvisado dormitorio al
fondo de la habitación, donde una cama deshecha esperaba. Me
depositó sobre ella, y se echó sobre mí, primero se acercó a la
mesita de noche y sacó un preservativo del cajón, enfundándose lo
con prisa. Luego se puso sobre mí susurrando:
— ¿Estás
lista?
Afirmé
con la cabeza, dejándole espacio entre mis piernas para que se
acomodara. Él tomó mis manos y las elevó sobre mi cabeza,
atándomelas con lo que parecía un pañuelo a los barrotes del
cabecero. Yo forcejeé un poco, pero cuando situó su sexo erecto
frente a mi húmeda vagina, me quedé quieta, mirándole a los ojos.
Sentí como empujaba y como su glande entraba en mí, después empujó
un poco más haciendo que su sexo entrara por completo en mí. Gemí,
él también gimió, y posando su mano en mi cadera, empezó un viaje
de deseo y placer, sus ojos clavados en los míos, los míos fijos en
los suyos, mientras nuestros cuerpos bailaban la dulce danza del
amor, una batalla en la que ambos buscábamos el premio final, el
deseado orgasmo, que sentí como nacía desde mi centro y se extendía
poco a poco hasta alcanzarme justo en el mismo instante en que
también él lo alcanzaba. Fue el mejor orgasmo que había tenido
nunca antes, un orgasmo liberador incluso a pesar de haber estado
atada.
Cuando
nuestros cuerpos se tranquilizaron, nos quedamos unos segundos
abrazados el uno sobre el otro sintiendo nuestras respiraciones
calmándose poco a poco, hasta que finalmente me desató y
acurrucados el uno junto al otro nos quedamos dormidos.
El
sonido del insistente timbre nos despertó. Luca miró el reloj que
tenía sobre la mesita y exclamó:
— ¡Maldita
sea! Vístete, vamos — me urgió, incorporándose de golpe y
buscando a tientas su ropa esparcida por el suelo.
— ¿Qué
pasa? ¿Quién es? — le pregunté, saltando de la cama, buscando
también mi ropa que se había quedado en el centro de la habitación,
donde me había despojado de ella la noche anterior.
— Mi
novia.
— ¿Tienes
novia? — le pregunté sorprendida — Creí que… si hubiera
sabido que la tenías, no...
— ¡Luca!
— lo llamó ella desde fuera, y entonces oímos la llave que giraba
en la cerradura.
La
puerta se abrió, yo todavía estaba medio desnuda, y Luca me miraba
como si no supiera que decir.
La
novia, una chica rubia, bajita y muy mona, abrió los ojos en señal
de sorpresa y dijo:
— Luca,
¿qué es esto? ¿Qué hace aquí esta “mujer”? — lo dijo de un
modo despectivo.
Así
que terminé de ponerme la blusa, cogí mi bolso y salí de aquel
piso, dejando atrás aquella maravillosa noche de pasión.