martes, 30 de septiembre de 2025

EL JUEGO DEL AMO CAPITULO 1

 CAPITULO 1. Cuerpos entregados.

“Ella se arrodilló frente a mí, siguiendo mis instrucciones. Sus ojos me miraban entre expectantes y sorprendidos. Sentí como mi sexo saltaba, radiante, excitado por aquella bella criatura que yacía arrodillada frente a mí. Tras de mí estaba ella también, Elisa, mi nueva sumisa. No podía desear más, tenía a dos bellas y jóvenes sumisas postradas ante mí, dispuestas a darme el placer que tanto anhelaba.


Una punzada de posesión, cruda y visceral, me recorrió el bajo vientre. La escena era una fantasía hecha realidad, un lienzo vivo de sumisión y deseo. Los suaves gemidos de Elisa, apenas audibles a mi espalda, eran la melodía que acompañaba el temblor expectante en la mirada de la mujer arrodillada.

— Acércate más — ordené, la voz ligeramente ronca por la excitación que me atenazaba la garganta. Ella obedeció sin dudar, deslizando sus rodillas sobre la alfombra persa hasta que su rostro quedó a escasos centímetros de mi entrepierna. Podía sentir su aliento cálido a través del tejido de mis pantalones, una caricia incandescente que avivaba aún más el fuego que ardía en mi interior.

Sus manos temblaban ligeramente mientras se posaban en mis muslos, tanteando con una delicadeza casi infantil. Esa mezcla de inocencia y curiosidad en sus movimientos era un afrodisíaco potente, una promesa tácita de la entrega que estaba por venir.

—¿Sabes lo que quiero que hagas? — pregunté, disfrutando del ligero sobresalto que recorrió su cuerpo al escuchar mi voz grave y cargada de intención. Ella asintió, los ojos fijos en el bulto creciente bajo la tela.

— Sí, amo— susurró, la voz apenas un hilo de aire tembloroso.

Una oleada de satisfacción recorrió mi cuerpo al escuchar esa palabra, ese título que marcaba el inicio de su entrega. Detrás de mí, sentí el roce suave de las manos de Elisa en mi espalda, un contacto ligero pero constante que me recordaba su presencia, su propia disposición a complacerme.

— Entonces, demuéstralo — dije, inclinándome ligeramente hacia adelante para intensificar el contacto visual. Quería ver en sus ojos el momento exacto en que la curiosidad se transformaba en deseo puro, en la aceptación gozosa de su papel.

Sus dedos se volvieron más firmes, trazando lentos círculos sobre mis muslos, cada roce una chispa que encendía nuevas llamas en mi cuerpo. La tensión en la habitación era palpable, un hilo invisible que nos unía a los tres en una danza silenciosa de anticipación y anhelo. Sabía que este era solo el principio, el preludio de un encuentro que prometía ser tan intenso como las miradas que ahora nos unían.”

Me sentía tan excitada después de haber leído aquel pasaje que no pude evitar tirarme sobre mi cama y empezar a darme placer a mi misma. No podía ser. ¿Por qué me había excitado tanto? ¿Y por qué no había podido evitar pensar, desear que aquellos personajes de aquella novela escrita por Alex, fuéramos él y yo?

Necesitaba hablar con alguien, necesitaba encontrarle un sentido, por eso cogí mi teléfono y llamé a Estela, ya que ella conocía a Alex (precisamente Santi era el mejor amigo de Alex):

— Hola preciosa, ¿cómo va? — me saludó.

— Hola, bien. ¿Y vosotros, que tal? ¿Cómo está mi pequeñin? — le pregunté por su hijo, mi sobrino.

— Bien, ahí está jugando con el muñequito que le regalaste.

El pequeño Daniel, ya tenía más de medio año, y hacía cinco meses que Estela y Santi se habían casado. Gracias a Dios, todo había salido bien y ella había hecho las paces con sus padres. Desde entonces vivían en Madrid, en una preciosa casa de un pueblo de la sierra madrileña. Nos veíamos casi a diario, porque tanto yo como mi madre les ayudábamos en la crianza del pequeño Daniel.

— Oye, estoy leyendo el libro de Alex — le anuncié, intentando sonar casual.

— ¿Y te está gustando? ¿A que está muy bien? A mí me ha parecido una novela fantástica, ¡y no es porque los personajes principales estén inspirados en Santi y en mí, eh! — rio, con un deje de picardía que me hizo dudar.

— Bueno, no sé, es que… — titubeé, sin saber cómo explicarle aquello a mi prima —, es que no dejo de imaginar…

— ¿Sabes que va a venir a Madrid a presentar el libro? — me interrumpió, con una emoción palpable en la voz.

— ¡Ah, vaya, qué bien! — logré articular, esforzándome por sonar entusiasmada.


— Sí, nos lo confirmó ayer, será la semana que viene, en un centro comercial. Podríamos ir juntas — su voz se animó aún más, como si estuviera tramando algo que a mí me inquietaba. — Además creo que se va a quedar un tiempo por aquí, dice que tiene algunos negocios y cosillas que le mantendrán en Madrid los próximos meses. ¿Vamos a esa presentación?

— Bueno, no sé... — solté un suspiro casi imperceptible —, después de leer su libro, no sé si me sentiría cómoda delante de él.

— Venga, si ya os conocéis,. Y tampoco tienes por que decirle que has leído el libro — puntualizó Estela.

— Bueno, está bien — Acepté finalmente.

Así que una semana después allí estaba yo, junto a Estela, esperando nuestro turno para que Alex nos firmara nuestro ejemplar de “Cuerpos entregados”.

El ambiente en la librería era eléctrico, una mezcla de expectación y rubor. La mayoría era mujeres que sostenían con orgullo el libro entre sus manos, también había algún hombre, pero pocos.

— A ver si nos ve — dijo Estela, visiblemente emocionada.

Seguí su mirada hasta la mesa, donde Alex estaba sentado, rodeado de una pequeña multitud. Mi corazón dio un vuelco cuando sus ojos se alzaron brevemente, recorriendo la fila. Aunque sus ojos no se detuvieron en mi. La fila avanzaba lentamente. Y cuando ya sólo teníamos un par de personas delante fué cuando Alex nos vió. Nos saludó y finalmente llegamos frente a él para que nos firmara nuestros ejemplares.

— Hola ¿que tal?

Se levantó para saludarnos.

— Podrías habérmelo dicho y no habríais hecho cola — le dijo a Estela.

— Bueno, queríamos ver como iba esto y además, como ha venido mi prima ¿Te acuerdas de ella?

Su mirada se dirigió a mí, con una curiosidad palpable.

— ¿Tu prima?...¡Ah, si! Tamara, ¿verdad? Recuerdo tu nombre.

Un ligero escalofrío recorrió mi espalda al escuchar mi nombre en sus labios, pronunciado con esa voz grave y ligeramente áspera que había imaginado tantas veces al leer su libro. ¿Cómo podía recordarme? Apenas habíamos intercambiado unas pocas palabras el día de la boda de Estela y Santi.

— Así es — asintió Estela — Ya te dije que era una gran fan de “Cuerpos entregados”.

Alex volvió su mirada hacía mí, parecía que quisiera adivinar mis pensamientos.

— Y bien, Tamara, ¿Qué te ha parecido sumergirte en… mi mundo? — Su pregunta tenía un matiz personal, casi intimo, que me hizo sentir incómoda.

Sentí como el rubor subía hasta mis mejillas.

— Me...ha parecido...muy evocador — logré responder intentando mantener la compostura. Aunque en realidad, me moría de vergüenza. — La forma en que describes las emociones… las sensaciones.

Una sonrisa sutil se dibujó en sus labios, como si mis palabras le hubieran revelado algo.

— Evocador... me gusta esa palabra. ¿Alguna escena en concreto te llegó de manera especial?

La pregunta era directa, incisiva, y sentí la mirada expectante de Estela clavada en mí. Mi mente se quedó en blanco por un instante, repasando las páginas del libro, las imágenes intensas y las emociones contradictorias que habían despertado en mí.

— Bueno... hay varias — murmuré, evitando su mirada directa. — La... la escena del taller... y... la del ático… — Las palabras salieron casi sin querer, refiriéndome a dos de los pasajes más explícitos y emocionalmente cargados del libro.

Los ojos de Alex brillaron con una intensidad aún mayor al escuchar mis referencias.

— Ah, sí... escenas... intensas, ¿verdad?— Su tono era ahora más bajo, casi confidencial, como si compartiéramos un pequeño secreto. — Me alegra saber que han tenido un impacto en ti.

Tomó nuestros ejemplares de "Cuerpos Entregados" y cogió su bolígrafo.

— ¿Para quién dedico estos viajes a través del deseo? — preguntó, su mirada volviendo a la mía por un instante, cargada de una pregunta tácita.

— Para Estela, por supuesto — Afirmó mi prima.

— Y para Tamara — añadí yo.

— ¿Por qué no me esperáis y vamos a tomar algo? — nos propuso Alex — No me queda ya mucho, media hora, no más.

— Vale — aceptó Estela — Daremos una vuelta por aquí.

Nos apartamos de la mesa de firmas, la emoción aún flotando en el aire, y comenzamos a deambular por la librería, hojeando libros al azar mientras la media hora se desvanecía lentamente. Unos minutos después, una necesidad repentina me asaltó.

— Estela, necesito ir al baño — le dije, con un ligero apremio en la voz.

— Creo recordar haber visto unos aseos junto a las escaleras mecánicas, por allí — me indicó con un gesto de la mano.

Asentí y me dirigí hacia la zona señalada, buscando el discreto indicador de los lavabos. Encontré uno al final de un pasillo y entré rápidamente, aliviada. Apenas había comenzado a hacer mis necesidades, cuando la luz del baño parpadeó erráticamente y se apagó, sumiéndome en una oscuridad repentina. Antes de que pudiera reaccionar, la puerta del cubículo donde me encontraba se abrió lentamente, chirriando levemente en el silencio ahora interrumpido solo por mi respiración agitada.

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