jueves, 28 de noviembre de 2024

YA ME LO LEO YO...

PARA QUE NO TE LO TENGAS QUE LEER TU. 

Inauguro una nueva sección que titularé como veis, ya me lo leo yo… Y se trata una nueva sección de reseñas de novelas, en concreto novelas eróticas de BDSM, puesto que la mayoría de mis historias, y creo que de mis lectores también, van de eso. 

Empiezo la sección con una novela que me he leído en solo 4 días. Por lo que es bastante recomendable.

MUJER MADURA LIBERADA BUSCA... Autora: Noa Xireau

Es una novela que se publicó en Amazon en 2018. 

SINOPSIS: 

La vida matrimonial de Malena cae en picado cuando descubre que su marido le está siendo infiel. Sin trabajo, sin un sitio a donde ir, ni un rumbo para su vida, decide lanzarse a explorar su propia sexualidad mientras encuentra una solución a su situación.

En ningún momento había previsto que Adrián, el sobrino de su marido, fuera a descubrirla y pudiera llegar a hacerle una propuesta tan descabellada como indecente y, mucho menos, que pudiera caer en los juegos de un hombre doce años menor que ella.

El problema surge cuando descubre que los secretos de su marido van mucho más allá de una simple infidelidad y que los últimos años de su vida han sido poco más que una farsa.




MI OPINIÓN: La verdad es que es una historia que me ha gustado y me ha sorprendido (y eso hacía tiempo que no me pasaba). Es una historia contada en 3a persona, con una historia erótica de fondo, concretamente es una historia de BDSM. También es una historia dramática, porque Malena, su protagonista, ve como su matrimonio se derrumba debido a las acciones poco acertadas de su marido, que le es infiel. Por eso ella trata de buscar consuelo, y es cuando aparece Adrián, su sobrino político, ofreciéndole una salida a la que ella se coge como a un clavo ardiendo. 

Lo único que no me ha gustado (y tampoco es algo que tenga demasiada importancia) es que la historia al principio, en los primeros capítulos se cuenta lo que le sucede a Malena y lo que le sucede a su marido, como si fueran historias separadas, cuando después podemos ver que son historias paralelas en el tiempo y que podían haberse contado juntas. 

Los personajes están muy bien construidos, tanto Adrián el sobrino, al que enseguida le coge una cariño, porque es un chico alegre y feliz, divertido incluso. Maleta, la protagonista, no deja de ser una mujer madura que busca un poco de cariño, porque en su fuero interno es una mujer romántica y a la que le gusta sentirse deseada. Antonio, el marido, es quizás el personaje más antipático del trío protagonista, es un hombre que se deja llevar por las circunstancias, lo que hace que además tome decisiones poco acertadas. 

Lo más interesante de la novela es el final, puesto que es un final inesperado y a mí siempre me han gustado ese tipo de finales, porque a veces hacen más atractiva la historia. 

En fin, RECOMENDARÍA LA HISTORIA: sin duda lo haría y lo hago. La tienes que leer y no solo por la parte erótica sino porque también hay una parte romántica y otra de intrigas políticas.

PUNTUACIÓN: 9/10 

Os dejo el enlace al libro que está en Amazon: https://www.amazon.es/gp/product/B07B4QCXMQ

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miércoles, 20 de noviembre de 2024

LLAMAME SEÑOR CAPITULO 1

Capitulo 1. Puramente comercial.

La primera vez que le vi fue en la entrevista de trabajo que él mismo me hizo para formar parte de su equipo de traductores en la editorial. Era una editorial muy importante y estaban buscando una nueva traductora. Cuando llegué, la secretaria me hizo entrar en una sala, yo diría que era una sala de reuniones, pues había una mesa redonda con unas cuantas sillas; en tres de ellas, las opuestas a mí, había tres hombres, dos de cierta edad, y en el centro estaba él. Nico, un chico de unos 30 años, moreno, de intensos ojos verdes y muy atractivo.

Nada más verle, me sentí atraída, no podía quitar mis ojos de él. Desprendía erotismo por todos sus poros y con solo mirarle me hacía imaginar mil y una situaciones en las que ambos estábamos desnudos y pegados el uno al otro. No sé si sería por la forma en que lo miré y él me miró, o por mis aptitudes, pues realmente tenía experiencia y había trabajado en otra editorial en el departamento de traducciones, pero me dieron el trabajo.


Y el primer día, fue él quien me recibió en la recepción del departamento de traducción. Eran las nueve de la mañana de un lunes, llegué justo a la hora, y al salir del ascensor en la planta nº 10, él ya me estaba esperando. Me tendió la mano y al dársela, fue como si una corriente eléctrica me recorriera y creo que él también la sintió. Yo estaba muy nerviosa, no sólo por que empezaba en un nuevo trabajo, sino porque él me ponía nerviosa y alteraba todos mis sentidos.

— Buenos días, Carol, bienvenida al equipo de traducción — me dijo.

—  Buenos días, muchas gracias — le respondí yo.

— Espero que te sientas a gusto entre nosotros. Como ya sabes, yo soy el jefe del equipo de traducción. Somos unos 15 traductores — me explicó mientras avanzábamos por la sala. — Esta es Ángela, mi secretaria y aquí, en este primer despacho, encontramos a Pablo, mi mano derecha casi.

Pablo salió a la puerta de su despacho y me tendió la mano, sonriendo a la vez que me saludaba y me daba la bienvenida.

Me presentó al resto de compañeros y me enseñó cual sería mi puesto de trabajo y me habló de cuales serían mis funciones. Luego me invitó a una fiesta que se celebraba el viernes por la noche, ya que se presentaba uno de los libros que habían traducido. 

— Es una novela erótica de Megan Maxwell. Estará ella también — me explicó.

— Está bien, allí estaré — le aseguré pensando que quizás en aquella fiesta él y yo...

****

— ¿Y que tal tu nuevo trabajo? — Me preguntó Lidia.

Como cada miércoles por la tarde, habíamos quedado para tomar algo y contarnos como iba todo. Lidia era mi mejor amiga, eramos amigas desde que estudiábamos bachillerato. Eramos muy diferentes la una de la otra, pero quizás eso era lo que hacía que después de tantos años siguiéramos siendo amigas, porque nos complementábamos la una a la otra.

— Bien, muy bien. Mi jefe me ha invitado a una fiesta que se realizará el viernes. La presentación del último libro que han traducido. Una novela de Megan Maxwell que han traducido al italiano para publicarla en Italia, pero no sé si voy a ir — le dije.

-—¿Cómo que no? Claro que iras, si el que te ha invitado es el tío bueno de tu jefe, tienes que ir. Si hace falta ya te acompaño yo, pero no puedes faltar a esa fiesta. ¿Por qué está bueno tu jefe, verdad?


— Pues sí, está bueno, pero no sé, tampoco quiero parecer desesperada por ligar con él ¿sabes? Además no conozco a casi nadie.

El único con el que había hecho migas aquellos pocos días de trabajo en la editorial era Pablo. Quien generalmente supervisaba mis trabajos, además su despacho estaba en frente de mi mesa y solíamos ir a comer juntos o a veces, cuando nos tomábamos un descanso íbamos a la sala de descanso a tomarnos un café.

— ¿Pero cuándo te ha importado a tí eso? Si fuera yo, pues sí, pero tú... — me dijo Lidia.

— Pues tienes razón. Esta bien, iremos. Pero tú vienes conmigo — le dije, pues necesitaba su apoyo, no sabía porque pero lo necesitaba.Y puesto que me habían dicho que podía llevar a un acompañante, quien mejor que ella.

— Por supuesto. Allí estaremos hechas unos pinceles.

Lidia era muy bromista y graciosa. Por eso eramos amigas.

****

El viernes por la tarde al salir me fui a casa, había quedado con Lidia para vestirnos juntas y ver que nos poníamos. Yo quería estar realmente atractiva y sexy, pues mi objetivo era Nico, mi jefe.

— Ponte el vestido rojo — me dijo Lidia mientras ambas nos mirábamos en el espejo.

Yo acababa de probarme un vestido negro, con escote en uve y manga japonesa.

Cogí el vestido rojo para probármelo de nuevo, mientras le decía a Lidia:

—  Pues a ti te queda mejor el azul.

—  Bien yo el azul y tú el rojo, te queda como un guante y te hace la figura muy bonita y sexy — sentenció ella.

— Pues me pongo el rojo — reafirmé.

Nos vestimos, nos maquillamos, cogimos los bolsos, y una vez en la calle, cogimos un taxi.

— ¿Dónde es la fiesta? — me preguntó Lidia.

— En un pub cerca de la oficina.

Le di la dirección al taxita y en 20 minutos ya habíamos llegado. Pero al bajar del taxi, casi me choco con él.

— Uys, perdón — me disculpé y al alzar la vista, le vi, además de oler el perfume de su colonia.

Nico no era solo guapo, era atractivo y sexy, y vestido tan elegantemente con pantalón de pinzas y camisa roja perfectamente planchada, aún más. Lo malo era que no iba solo. Llevaba a una chica del brazo. Era una chica rubia, bastante guapa, pero muy delgada.

— Hola — dijo — me alegro que hayas podido venir.

— Sí — dije mirando a su amiga.

¿Quién era aquella niña mona con cara de acelga que iba colgada de su brazo y parecía que babeara por él? No tardé en saberlo.

— Esta es Victoria, mi prometida — al oír aquello, fue como si mi castillo de arena fuera pisado repentinamente — Esta es Carol, la chica nueva de la que te hablé.

Vaya, así que le había hablado de mí a su prometida, pero él no me había dicho nada de que tuviera prometida.

— Mucho gusto — dije tendiéndole la mano a la chica, que parecía muy estirada y pija, la chica casi ni me miró y cuando lo hizo, fue con cierto aire de superioridad..

— Lo mismo digo — dijo.

— Esta es mi amiga Lidia — les presenté a mi amiga.

Nico le tendió la mano y la saludó, la rubia ni siquiera la miró, y repentinamente mirando a alguien que estaba al otro lado de la calle dijo:

— !Yujuuuu, Adela! — Y se alejó sin decirnos nada.

Casi me entran ganas de vomitar al oír aquel “Yujuuuu”

— Perdonad, ella es así, no se lo tengáis en cuenta. Bueno, nos vemos dentro — se despidió Nico siguiendo a su prometida.

Entramos en el pub, y Pablo, se acercó a nosotras nada más vernos.

— Hola Carol, ¿quien es esta preciosidad que te acompaña? — me preguntó mirando a Lidia.

— Es mi amiga Lidia, Lidia este es Pablo.

Se saludaron y empezaron a hablar pasando de mi olímpicamente.


Vi a Angela, la secretaria de Nico cerca de la barra, así que me acerqué a ella, necesitaba saber quien era la tal Victoria.

— Hola.

— Hola, Carol ¿cómo va? — me preguntó amable Angela.

— Bien, oye, ¿puedo preguntarte algo? Es sobre la prometida de Nico.

— Vicky, hace poco que se prometieron, ella es la hija del gran jefe, ¿sabes? El dueño de la editorial. Ella y Nico se conocieron hace algo más de un año, creo, en una de las fiestas de empresa. Ella trabaja con su padre en la última planta del edificio, es directora de recurso humanos, creo.

— ¡Ah, gracias!

— Lo siento, tengo que irme, acaba de llegar Megan. Nos vemos.

Ángela se dirigió hacía la puerta, mientras yo me quedaba allí junto a la barra.

Desde allí, vi como la rubia coqueteaba con todo Dios y como Nico iba detrás de ella como si fuera un perrito, hasta el momento en que Ángela se acercó a él para decirle que Megan Maxwell había llegado. En ese momento, me giré hacía la barra y decidí pedir algo para beber.

Estaba sentada junto a la barra, con un martini en la mano cuando oí una voz justo detrás de mí.

— ¿Qué haces aquí sola? — Me preguntó Nico.

— Pues nada, mirar, observar, nada más. ¿Y tú, donde has dejado a tu prometida? — me giré hacía él, encontrándome con su intensa mirada posada sobre mí.

— Pues no lo sé, pero tampoco me importa — me respondió simplemente.

— Vaya, ¿y eso?

— Bueno, nuestra relación es más bien puramente comercial, podríamos decir — me explicó.

— ¿Puramente comercial?

¿Qué significaba que su relación era puramente comercial, acaso ella era como un libro más de aquellos que traducíamos?

— Sí, pero ¿por que no hablamos de ti en lugar de hablar de mi? — Me dijo en un tono insinuante y desviando el tema del que yo quería hablar.

— ¿Y que quieres saber de mi? — Le pregunté.

— Ven, vamos a bailar — me dijo, tirando de mi mano y llevándome a la pequeña pista de baile que había en el pub — Allí me lo cuentas todo, empezando por lo más importante ¿tienes novio?

Me apretó contra él justo en el instante en que sonaba una canción lenta. Sentí su sexo entre ambos. Empezamos a movernos y su aparato empezó a crecer entre los dos. Lo que sin duda, empezó a excitarme. Debo confesar, que me gusta el sexo y los hombres guapos y él parecía tener ambas cosas. Le miré a los ojos y no pude evitar preguntarle:

— Pues no, no tengo novio pero ¿Y si nos ve tu prometida? — porque sin duda ella podía vernos, pues no debía estar muy lejos.

Acercó su boca a mi oído y susurrando me dijo:

— Deja de pensar en ella y déjate llevar.

— Pero si ella está por aquí y nos ve, no creo que le haga gracia.

— Ya te he dicho que no te preocupes por ella, está en un privado con Megan, hablando, así que deja de pensar en ella, ¿quieres? Tú solo déjate llevar.

Como él me aconsejó me dejé llevar. Bailamos, sintiendo como su pelvis se ajustaba a la mía y como el calor subía entre nosotros. Poco a poco, la temperatura iba subiendo y en mi imaginación se sucedían las escenas eróticas con nosotros como protagonistas una tras otra. Y entonces, casi como si hubiera adivinado lo que estaba pensando, Nico me susurró al oído:

— ¿Por qué no te quitas las braguitas?

— ¿Qué? — susurré como si no pudiera creer lo que acababa de pedirme.

— Ve al baño y quítate las braguitas, luego espérame en uno de los cubículos.

— Pero... — respondí incrédula, sorprendida.

— ¿No quieres que te folle? — Me preguntó con una seguridad pasmosa, como si yo tuviera un letrero en la frente que dijera que quería que me follara.


Y realmente lo quería, pero no me parecía lo correcto. Se suponía que él tenía pareja, estaba comprometido y tuviera el tipo de relación que tuviera con su novia, yo no quería estorbar ni provocar la ruptura entre ellos, y mucho menos ser la tercera de esa historia.

— Siii — acerté por fin a responder. Y obedecí dirigiéndome al baño.

Como él me había indicado, me quité las braguitas y esperé que apareciera él. No tardó en hacerlo. Llamó a la puerta un par de veces y luego en voz baja dijo:

— Carol, ábreme.

Abrí la puerta y le dejé entrar. Cerró la puerta tras de sí, y me besó. Debido al pequeño espacio que había en aquel cubículo, estábamos pegados el uno al otro. Me sujetó por la cadera y poco a poco, subió su mano por mi pierna, muslo arriba, hasta llegar a mi culo, para comprobar que le había obedecido y me había quitado las braguitas. Mi corazón iba a mil por hora y el roce de su mano hacía que mi sexo se mojara como nunca antes.

— Muy bien, buena chica. Ahora ponte de espalda a mí, apoyando las manos en la cisterna.

De nuevo obedecí colocándome como me indicaba, pues su voz me embrujaba, me empujaba a hacer todo lo que me pedía. Me abrazó desde atrás y sentí su erección apretándose contra mi culo y el calor de su cuerpo pegado al mio, además de su respiración en mi oído que me encendía.

— ¿Sabes que he deseado esto desde el primer día en que te vi? — me susurró en mi oído, lo que hizo que todo mi cuerpo se estremeciera de excitación. Cerré los ojos tratando de recordar aquel primer día.

— No — le respondí, cuando noté que subía mi falda hasta la cintura, y de nuevo acariciaba mi muslo, sentí como mi sexo palpitaba anticipándose a lo que estaba a punto de suceder. Nico metió su mano entre mis piernas, acarició suavemente mi clítoris y gemí excitada — No me lo creo — susurré y oí la cremallera de su pantalón bajando.

Tragué saliva, y suspiré profundamente. Estaba claro que iba a follarme.  En mi interior la batalla entre dejarle seguir o parar eso me volvía loca, ya que él era un hombre comprometido y yo no quería ser una rompeparejas, pero... me moría por sentirle dentro, por ser suya aunque sólo fuera esa vez.

— No deberíamos — protesté, tratando de recuperar la cordura.

— Pero tú lo deseas tanto como yo — susurró en mi oído, mientras sentía su polla ya erecta entre mis piernas, rozando suavemente mis labios vaginales, haciendo que me humedeciera aún más.

Afirmé con la cabeza y suspiré. Claro que quería más, claro que le deseaba y mucho, cada vez más. Y por eso le supliqué finalmente dejándome llevar por el deseo:

— Métemela ya, por favor.

— Tienes que decir: "Por favor, Señor".

Entendí su juego casi al instante y le supliqué nuevamente:

— Métemela ya, por favor, Señor.

— Muy bien — dijo él con firmeza.

Se puso un condón que ni me dí cuenta de donde lo había sacado. Volvió de nuevo a abrazarme, guió su pene y se hundió en mí. Gemí, suspiré, al igual que él en aquel momento. Me sujetó por las caderas y empezó un lento vaivén, haciéndome sentir su polla entrando y saliendo de mí. La sacaba despacio y la metía de un golpe rápido y fuerte, haciendo que gimiera. Aquello era demasiado, me embriagaba, hacía que mi placer fuera aumentando poco a poco, hasta que llegado el momento, sentí como mi sexo apretaba el suyo llegando al éxtasis. E inmediatamente él también se corrió. Y entonces me abrazó, lo que hizo que me sintiera reconfortada, pero la magia de aquel momento se rompió cuando él dijo:

— Tenemos que volver a la fiesta.

— Sí — le respondí aún abrumada por todo lo que acababa de suceder.

Y cuando sentí que se separaba de mí y se arreglaba la ropa, me sentí como si me estuviera abandonando. Fue una extraña sensación, pero tan real.

— Primero saldré yo, luego espera un minuto y sales tú — me indicó.

— Vale — le respondí recomponiendo mi vestimenta.

Él salió del baño y yo me quedé allí, pensando, sintiendo que estaba siendo abandonada por mi amante, y sintiéndome miserable por haber hecho algo que no debía haber hecho, a fin de cuentas él tenía prometida. Me maldije a mi misma por aquello.

Tras salir del baño, me dirigí hacía el salón, donde Lidia estaba junto a Pablo en una esquina, hablando. En cuanto me vio, ella corrió hacía a mí.

— ¿Dónde estabas? Te he estado buscando por todas partes, pensé que te habías ido sin mi.

— No, estaba en el baño.

— ¿En el baño? ¿Tanto rato, tú sola? — preguntó extrañada.

— No, sola no.

— ¡Ah, ya entiendo! — Me sonrió con cierta complicidad — Luego tienes que contármelo.

— Sí. ¿Para que me buscabas?

— Para volver a casa, estoy cansada y harta de la fiesta, necesito descansar.

— Esta bien, vámonos

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lunes, 28 de octubre de 2024

VEINTE AÑOS NO ES NADA. CAPITULO 1.

ESTO NO DEBÍA DE HABER PASADO

Veinte años habían pasado ya, veinte años desde que Antonio y yo nos habíamos conocido, veinte años desde el día en que nos casamos, y estábamos a sólo cinco días de nuestro aniversario de boda. Habíamos decidido celebrarlo con una pequeña fiesta en el jardín de nuestra casa con todos nuestros familiares y amigos. Una casa que había construido precisamente Antonio, antes de que se convirtiera en un importante constructor que viajaba por todo el país, para supervisar sus obras.  

En estos veinte años muchas cosas habían cambiado. Habíamos tenido dos preciosos hijos, un niño y una niña. Yo había dejado de trabajar como profesora mientras ellos eran pequeños y, al reincorporarme cuando ya no me necesitaban tanto, había encontrado un trabajo como profesora adjunta en la universidad, en el departamento de pedagogía. La empresa de construcción de Antonio había crecido y se había convertido en una de las más importantes del país. Él y su hermano Juan viajaban con bastante frecuencia de un lado a otro del país para supervisar los trabajos, y eso hacía que nos viéramos poco. Además, el tiempo y la distancia, habían causado mella en nuestra relación, y a veces me daba la sensación de que Antonio era más un compañero de piso que mi marido, pues aunque los días que estaba en casa dormíamos en la misma cama, ya nunca me tocaba. Sentía como si su deseo por mí hubiera desaparecido por completo. Sobre todo, en el último año, que eran contadísimas las ocasiones en que habíamos tenido sexo.

Aquella mañana, me levanté temprano, como siempre, para preparar el desayuno para toda la familia. Ya lo tenía todo listo: la mesa puesta, el café, las  tostadas estaban en la tostadora; sólo faltaban mis hijos.

— Buenos días — me saludó Antonio al entrar en la cocina.

Se acercó a mí y me dio un dulce y corto beso en la mejilla.

— ¿Dónde están los niños? — le pregunté.

Antonio se sentó a la mesa, cogiendo el periódico.

— Ya no son niños, mamá, tienen 15 y 18 años.Si te oyen se van a enfadar — me advirtió

— Para mí, siempre serán mis niños.

Habían crecido muy deprisa y ya no me necesitaban para nada. Empezaban a hacer sus vidas a parte de mí y de su padre. Quizás por eso, cada vez me sentía más sola.

— Buenos días, mami — saludó mi hija, Clara. Ella también me dio un beso en la mejilla.

— Buenos días, cariño. ¿Y tu hermano? — le pregunté, mientras se sentaba en la mesa junto a su padre.

— Creo que aún está en el baño.

Me senté en la mesa, colocando el plato con las tostadas frente a mí.

— Pues sino espabila llegaréis tarde.

— ¿Podrás llevarme al aeropuerto o mejor llamó a un taxi? — me preguntó Antonio.

— Buff, mejor llama un taxi, hoy es el primer día de clase, es mejor que llegué con tiempo — le dije.


El primer día de clase siempre era un pequeño caos
: alumnos nuevos que no sabían dónde tenían que ir, profesores que te paraban para saludarte, correr de una clase a otra buscando el aula que te tocaba ahora, presentaciones; en fin, uno de los días más movidos del curso, sin duda.

— Buenos días — saludó mi hijo por fin.

— ¡Ya era hora! — me quejé — Vais a llegar tarde si no espabilas.

— Da igual, es el primer día — se excusó Toni, mi hijo.

— No da igual, precisamente porque es el primer día deberías llegar a tiempo. Si llegas tarde darás mala imagen y en la universidad esas cosas se tienen muy en cuenta — traté de explicarme a mi hijo que empezaba la carrera aquel año — y primero tienes que dejar a tu hermana en el instituto.

— Haz caso a tu madre, Toni, es mejor que lleguéis bien de tiempo, así que ya puedes espabilar — Antonio se levantó de la mesa, pues ya había acabado de desayunar — Voy a llamar al taxi y bajaré la maleta.

Después de media hora, todos nos dirigíamos a nuestras respectivas obligaciones. Llegué a la facultad quince minutos antes de que comenzaran las clases. Era el primer día de clase, con nuevos alumnos y una nueva etapa para todos. Aunque había pasado por esto varias veces en los últimos siete años, todavía me ponía nerviosa en ese primer día. Ese año, me tocaba impartir clases a los estudiantes del máster de Psicopedagogía, como profesora adjunta de la asignatura de Aprendizaje y Psicopedagogía. Y ese día, mi clase era la primera del día, es decir, la primera del curso.

Entré con mis libros y mi cartera intentando no mirar a la platea, pues sabía que si lo hacía me pondría aún más nerviosa.

— Buenos días y bienvenidos a un nuevo curso — saludé llegando a la mesa.

Puse mi cartera sobre esta y saqué la carpeta donde tenía la lista de alumnos, entonces, sí, miré al frente haciendo contacto visual con uno de los alumnos, un chico moreno, de no más de 25 años, con el pelo negro, y unos ojos marrones que te hipnotizaban con sólo mirarte unos segundos. Me costó apartar la mirada de él y a él creo que le pasó lo mismo.

— Soy vuestra profesora de Aprendizaje y Psicopedagogía — intenté continuar —. Me llamo Sabrina. El chico no dejaba de mirarme, por lo que le señalé y le dije: — A ver tú, preséntate.

El chico se levantó y empezó diciendo:

— Me llamo Paride y estoy aquí para aprender — en su voz noté un acento diferente a lo que estaba acostumbrada.

¿No eres de aquí, verdad? — le pregunté.

— No, soy italiano — respondió él.

— Muy bien, gracias, Paride.

Seguí pidiendo a los alumnos uno por uno que se presentaran, sin dejar de observar a Paride. El chico era guapo, bastante guapo, y muy sexy, y enseguida me di cuenta de que no era la única que no dejaba de mirarlo. Sus compañeras de clase también lo observaban suspirando. La clase terminó y me despedí de ellos. Recogí mis cosas y, sin darme cuenta,  un par de papeles se me cayeron al suelo. Paride enseguida se acercó a recogerlos y me los devolvió.

— Señorita, se le ha caído esto — dijo, alcanzándomelos.

— Gracias.

Y entonces, al elevar mi mirada hacía la suya, sentí como un escalofrío que me recorría todo el cuerpo. Su mano rozó la mía y vi cómo se humedecía los labios con la lengua. Unos labios carnosos, rojos, gruesos, que cualquier mujer desearía besar, incluida yo en aquel momento. Sin duda, aquel italiano intentaba seducirme, porque me sonrió e incluso me pareció que me guiñaba un ojo. Cogí el papel, y salí del aula sin mirar atrás, nerviosa y a toda prisa.

No volví a verlo hasta la hora de salida. Yo iba hacía el aparcamiento, estaba ya casi junto a mi coche, cuando oí una voz tras de mí que me preguntaba:

— ¿Podría llevarme, por favor?

Me giré y vi que era él.

— Yo...no sé — respondí, sintiéndome fuera de lugar. Me sentía tan poco a su lado, porque él era un chico atractivo, muy sexy, y yo era solo una más, bastante normalita, sin nada especial. O eso creía yo.

— Por favor, me harías un gran favor — suplicó, mirándome con ojos suplicantes.

— Está bien, sube. ¿Dónde vives? — le pregunté.

Entramos en el coche mientras me respondía:

— En la calle Alegría, nº 20, pero no voy allí.

¿Y entonces a dónde vas? — pregunté intrigada.

Se acercó a mí buscando mi boca y cuando estaba a solo unos milímetros respondió:

— Aquí — y me besó.

Fue un beso suave, pero que me puso a mil. Todo mi cuerpo temblaba y no podía negar que me gustaba; al contrario, me encantó y me excitó, haciendo que le deseara; me costó darme cuenta de lo que estaba pasando y apartarlo.

— Espera, espera ¿qué haces? Esto no... no, soy una mujer casada.

— Y ¿qué más da? — dijo, echándose sobre mí y tirando mi asiento hacía atrás — Me has estado haciendo ojitos toda la clase y no he podido dejar de pensar en ti en toda la mañana, estás muy buena.


Volvió a besarme, y
 esta vez yo correspondí a su beso. En realidad, parte de razón tenía, y me gustó gustarle a aquel chico, sentir que se excitaba por mí, conmigo y sentir sus labios, su lengua, barrer la mía en una batalla que, por supuesto, hacía rato que tenía perdida.

Se puso sobre mí, acariciando mi pierna. Sentía su erección sobre mi entrepierna. No podía ser, íbamos a follar, allí mismo, en el aparcamiento de la facultad.

— Espera, espera, no podemos, aquí no, por favor. Me conoce mucha gente, y...

Se apartó volviendo al asiento del copiloto. Yo subí el respaldo de mi asiento incorporándome. Le miré:

— Esto es una locura.

Él sonrió cínicamente:

Una locura maravillosa. ¿Puedo conducir yo? — me pidió — Te llevaré a un sitio donde nadie nos conozca, me muero por follarte — dijo sin esconder su deseo.

Yo no sabía que hacer, aquello era realmente una locura, pero... ¿cuándo un tío de 25 años me había mirado de aquella manera? ¿O me había deseado como lo hacía él? En realidad, ¿cuánto tiempo hacía que nadie me deseaba como él lo hacía en ese momento? Porque bajo el pantalón tejano que llevaba, se evidenciaba una potente erección. De todas maneras y por un minuto recobré la razón y repetí:

— No puedo, ya te lo he dicho, soy una mujer casada y tú... eres tan joven.

— ¿Y que más da? Dime que no me deseas, dime que no te gusto y te dejaré en paz. Pero yo sé que te gusto, que me deseas, lo he visto en tu mirada, en tus ojos. Y también sé que tu marido no te folla ¿verdad?

Suspiré, ruborizandome. Me avergonzaba que hubiera descubierto lo que sucedía en mi vida privada. Aunque en realidad, así era; me daba vergüenza, y también me parecia una afirmación prepotente, la suya. Se le veía muy seguro de si mismo.

Sentí su mano perderse entre mis piernas entonces, subió por el interior de mi muslo haciéndome estremecer y yo dejé que lo hiciera, que llegará hasta mi entrepierna y acariciara suavemente mi sexo por encima de las braguitas.

— Dime que no te gusta esto, que no me deseas — musitó en mi oído.

Inspiré hondo y finalmente tuve que aceptar.

— Sí, si que te deseo, sí que me gusta — confesé sin poder evitarlo.

— Entonces ¿te gustaría que te llevara a un lugar más privado e hiciéramos lo que he estado deseando desde que te ví entrar en la clase?

Un escalofrió recorrió mi cuerpo y asentí con la cabeza, borracha de deseo por él.

— Pues déjame llevarte a un lugar más privado — propuso, su voz ronca y seductora.

Suspiré y finalmente le respondí:

— Vale.

Acepté, sintiéndome deseada. Porque aquel chico me estaba ofreciendo algo que hacía tiempo que no sentía y quizás por eso acepté, porque necesitaba sentirme deseada, sentir que aún había alguien a quien le interesaba y deseaba pasar un rato conmigo. Alguien para quien no había pasado desapercibida.

Paride sacó su mano de mi entrepierna y me susurró al oído:

— Déjame conducir, te llevaré a un lugar donde tus deseos se harán realidad.

Salí del coche casi sin pensarlo y dí la vuelta por delante para sentarme en el asiento del copiloto, mientras él pasaba por encima de la palanca de cambios para sentarse al volante. Me abroché el cinturón y entonces él arranco el coche, cogió mi mano con la suya, y apretándola, dijo:

— ¿Sabes? Eres la mujer más hermosa que he visto nunca.

Sonreí al oír su piropo. Me gustaba ese chico y mucho, no lo podía negar. Y me gustaba lo que me estaba ofreciendo, un momento de diversión y pasión, sentirme deseada después de mucho tiempo. La suave caricia de su mano en mi rodilla hizo que todo mi cuerpo se estremeciera. Le miré y él también me miró; después volvió a poner la mano sobre la llave de contacto y arrancó.

Paride condujo durante unos 20 minutos por las calles de la ciudad, atravesándola y finalmente, en las afueras, a sólo un par de kilómetros del último barrio por el que habíamos pasado, llegamos a una pequeña casa de campo. Una casa situada en una pequeña urbanización.  Paride aparcó frente a la casa, y tras bajar del coche, se dirigió a mi puerta, la abrió y me ayudó a bajar.

— Bienvenida a mi humilde morada — dijo

Y entonces, todos los miedos, todos los recuerdos de mi vida acudieron a mí y empecé a arrepentirme. Pensé en Antonio y en los niños, no podía hacerles aquello.

— Yo no debería estar aquí. Yo... quiero a mi marido — dije, soltando su mano, de la que iba cogida desde que habíamos bajado del coche.

Paride se giró hacía mí, me sujetó por la cintura, acercándose a mí, y me dijo:

— No haremos nada que no quieras, pero no me digas que no deseas esto, porque yo si lo deseo y no voy a parar hasta conseguirlo, ya sea hoy u otro día.

Me envolvió en sus brazos, y me besó, apretando su cuerpo contra el mío. Noté de nuevo su erección, dura y ardiente, y no pude evitar sentirme excitada. Cuando rompió el beso y me miró a los ojos, dijo:

— ¿Lo notas? Está así por ti. Porque me pones a mil, porque te deseo, porque quiero estar dentro de ti.

Todo mi cuerpo se estremeció.

— Olvida por un rato que tienes una vida lejos de ti y de mí.

Con esas palabras me desarmó, y pensé que tenía razón, él me deseaba y mi marido estaba muy lejos, no sólo físicamente. Así que dejé que me llevara hasta el interior de la casa.

La casa era pequeña, con solo un salón- comedor, cocina americana, una habitación al fondo, y un baño, y se notaba por los pocos muebles que tenía y el desorden que había, que allí solo vivía él.

— Perdona el desorden, pero está mañana no he tenido tiempo de recoger.

— No pasa nada — traté de disculparlo.

Me llevó hasta la habitación, donde había una cama de matrimonio. Nos lanzamos a besarnos con pasión,desnudándonos mutuamente con urgencia.  Una vez desnudos, Paride me tumbó en la cama, sujetó mis brazos por encima de mi cabeza y, con su cinturón, me ató a los barrotes.

— ¿Qué haces? — le pregunté, sorprendida.

— Atarte. A mí me gusta así, te ves preciosa atada e inmovilizada. Dándome a mi todo el poder.


Un jadeo escapó de mis labios, presa de
una excitación desconocida.

Volvió a besarme y yo gemí sobre sus labios al sentir su cuerpo sobre mí. Se incorporó para admirar mi cuerpo, y yo pude admirar su musculatura, sus brazos torneados y, sobre todo, su erección imponente y palpitante. Era evidente que estaba excitado.

Cogió un condón del cajón superior de la mesita de noche y se lo puso con cuidado.  Me besó colocándose sobre mí. Acarició mis pechos con deseo y tomó mis pezones entre sus dedos, tirando de ellos con suavidad, y mordiéndolos a continuación con intensidad. Experimenté un placer desconocido. Yo también lo deseaba con todas mis fuerzas. El calor aumentaba en mi entrepierna y la humedad se intensificaba. Con una caricia segura, su mano se deslizó entre mis muslos, encontrando mi entrada. Un dedo penetró en mí, despertando una sensación indescriptible.

— ¡Oh, por favor, Paride! — supliqué, quería, necesitaba que me penetrara.

Pero él parecía tomárselo con calma. Siguió acariciando mi sexo, metiendo el dedo y añadiendo otro. Yo gemí excitada, mientras mi amante lamia mis pechos. Aquello estaba siendo una tortura, pero una tortura muy agradable.

— ¡Oh, joder, no puedo más! — exclamó Paride, colocándose entre mis piernas y dirigiendo su polla hacía mi agujero vaginal.

Sentí como me penetraba, lo hizo lentamente, muy lentamente, y cuando estuvo totalmente dentro de mí, se quedó inmóvil durante un rato que a mí se me hizo eterno.

— Tienes el coño más caliente que nunca he sentido — musitó en mi oído y entonces empezó a empujar, a moverse dentro y fuera, dentro y fuera. Primero lentamente y después aumentado el ritmo poco a poco.

Estuvo así durante al menos unos cuantos minutos, y cada vez que veía que estaba a punto de correrme se detenía, esperaba unos segundos, tal vez un minuto y después volvía a arremeter, a moverse dentro y fuera. Yo no podía más, necesitaba sentir por fín el ansiado orgasmo, por lo que le pedí:

— Por favor, deja que me corra.

— ¡Uhm debes pedírmelo bien! Mira debes decir: Por favor, Señor, ¿puedo correrme?

Gemí y supliqué como él me indicaba:

— Por favor, Señor, deja que me corra.

Besó mi cuello y siguió penetrándome, moviéndose de una manera veloz, rápida, hasta que finalmente alcancé el tan deseado orgasmo gimiendo placenteramente. También Paride se corrió sólo unos segundos después de que yo lo hiciera, abrazándome al derramarse en mí.

Cuando nuestros cuerpos se aquietaron por fin, me besó por toda la cara, suavemente. Me desató las manos, y en ese instante me di cuenta de que me sentía feliz por primera vez en mucho tiempo.

— Esto no tenía que haber pasado — musité, cuando salió de mí y se apartó acostándose junto a mí. 


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Está historia pertenece a una novela publicada en Amazon. Y es el primer capitulo de la novela. Si quieres leer la novela puedes hacerlo siguiendo el enlace: 

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miércoles, 16 de octubre de 2024

YA EN AMAZON: VEINTE AÑOS NO ES NADA

Ya está publicada en Amazon mi  última novela VEINTE AÑOS NO ES NADA os dejo la sinopsis y el enlace: 

SINOPSIS


Sabrina y Antonio se preparan para celebrar dos décadas de matrimonio. Sin embargo, justo antes de partir en un viaje de negocios, Antonio sufre un trágico accidente automovilístico en el que pierde la vida. En el coche, junto a él, se encuentra su amante, quien además está embarazada.

La noticia del deceso de Antonio sacude a Sabrina hasta los cimientos. Sumida en el dolor y la culpa, debe enfrentar la revelación de una doble traición: la infidelidad de su esposo con múltiples mujeres a lo largo de los años y su propio desliz con Paride, uno de sus alumnos.
A pesar de la condena social y la presión de su entorno, Sabrina se aferra a la relación con Paride. El joven, apuesto y lleno de vida, representa todo lo que Antonio nunca fue para ella: pasión, comprensión y una conexión profunda.


La historia de Sabrina se convierte en un torbellino de emociones encontradas: el duelo por la pérdida de su marido, la culpa por su infidelidad, el amor prohibido por Paride y la necesidad de reconstruir su vida. A medida que avanza la trama, Sabrina deberá enfrentarse a numerosos obstáculos para preservar su relación con Paride y encontrar la felicidad en medio de la adversidad.

la novela: https://www.amazon.es/dp/B0DK2XMTSZ

Y para que vayais abriendo boca un relato que publiqué aquí, que es el principio de la novela: 

https://relatoserotikakarenc.blogspot.com/2024/07/veinte-anos-no-es-nada.html

jueves, 19 de septiembre de 2024

EL CLUB

 Eran ya las siete de la tarde cuando Mónica llegó a casa después de un largo día de trabajo en la oficina. Nada más entrar en el portal miró el buzón, había una carta, por lo que abrió el buzón y la sacó, era un sobre con su nombre, pero no llevaba remitente, lo que le pareció extraño. Subió al ascensor y mientras subía hasta su piso, en la octava planta, abrió el sobre, dentro había una hermosa invitación de cartulina color salmón en la que decía:”Está invitada a la fiesta que se realizará el próximo día 25 de Abril a las 22.00 horas, en EL CLUB, C. Hermenegildo Correas, 120” no había nada más, ni un número de teléfono, ni el nombre de la persona que enviaba la invitación, nada de nada. 

— ¡Hola, ya estoy en casa! — anunció tras cerrar la puerta. 

Cata, su amiga, con la que compartía piso no respondió, por lo que supuso que quizás aún no había llegado. 

Sé quitó el abrigo y lo dejó en el perchero que tenían en el recibidor, después entró hasta el salón-comedor. Fue entonces, cuando Cata salió del baño, envuelta en una toalla y con el pelo mojado, sin duda acababa de darse una ducha. 

— ¡Hola, preciosa! — la saludó su amiga — ¿Cómo ha ido el día? 

— Bien, ¿y a ti? — le preguntó a Cata que trataba de secarse el pelo con la toalla que llevaba en las manos. 

— Bien, Nico acaba de irse hace nada. 

— ¿Habéis pasado la tarde follando? 

Mónica dejó el bolso sobre una de las sillas del comedor sin soltar la invitación que aún llevaba en la mano. 

— ¿Acaso lo dudas? ¿Qué llevas ahí? — le preguntó Cata indicándole la invitación. 

— Nada, me han invitado a una fiesta. 

— ¿Quién? ¿Cuándo?

Cata tiró de la invitación, quitándosela de las manos, observándola. 

— Pues no lo sé, no dice quién la envía — respondió Mónica. 

— Entonces tendrás que ir para ver de quién se trata, ¿no crees? — le animó su amiga. 

— No sé. 

Mónica se dirigió hacia su habitación, seguida de Cata que iba hacia la suya que estaba justo enfrente de la de Mónica. 

— Claro que tienes que ir, tía, llevas una vida demasiado monacal, tienes que salir un poco, distraerte, y esa es una buena oportunidad. 

— Pero si no conoceré a nadie en la fiesta — se quejó Mónica, mientras se quitaba los zapatos y se ponía las zapatillas. 

— Pues de eso se trata, de que conozcas gente. 

Cata se estaba poniendo el pijama en su habitación. 

Mónica salió de su habitación y entró en la de su amiga sentándose en la cama. 

— No sé, ya veremos. 

Cata se estaba peinando mirándose en el espejo del tocador. 

— No, ya veremos no, tú vas a ir y si es necesario te llevo yo arrastras. 



El fin de semana llegó más deprisa de lo que Mónica hubiera deseado, pues la idea de ir a esa fiesta misteriosa la tenía un poco indecisa. Algo le decía que tenía que ir, pero, por otra parte, le daba miedo, ya que seguramente no conocería a nadie en la fiesta. Aunque ya no tenía otro remedio más que ir, Cata le había pedido hora en la peluquería y le había comprado un vestido rojo impresionante, con escote palabra de honor y falda de vuelo.  Estaba ensimismada en su mesa, faltaba solo unos cinco minutos para terminar la jornada, cuando Marcos, su guapo e increíblemente sexy jefe, la llamó desde su despacho. Mónica, como siempre solicita, acudió inmediatamente. 

— ¿Qué desea, Señor?

— Necesito que te quedes un poco, habría que pasar a limpio el informe que hemos terminado esta mañana, el de ”Mokamix”

Mónica miró el reloj, le sabía mal tener que decirle que no a Marcos, pero tenía hora en la peluquería en media hora y no podía perder un minuto.


— No sé, no puedo, es que tengo hora en la peluquería para dentro de media hora es para algo importante, yo… 

— Será rápido, no te preocupes, y luego te llevo yo en el coche a la peluquería si te parece. 

— Esta bien — aceptó.

Mónica se sentó en la mesa de su jefe y empezó a pasar el informe según las indicaciones que este le iba dando.

Marcos era un hombre guapo y atractivo, además del soltero de oro de la empresa. Todas las empleadas solteras y de 30 para abajo estaban coladitas por él, y no era para menos. Marcos era el hijo del presidente, además de un hombre inteligente, trabajador y simpático. Y por supuesto, el adonis de la empresa; no había nadie más atractivo que él. Alto, moreno, atlético, elegante, joven (acababa de cumplir los 30). Obviamente, Mónica también se moría por sus huesos y él era la causa de que su vida fuera tan monacal como decía Cata, lo malo era que Marcos parecía no darse cuenta de todo lo que causaba a las mujeres que tenía a su alrededor. Aunque tampoco se le conocía novia ni nada por el estilo. Incluso corrían rumores por la empresa de que quizás le gustaran los hombres.

Terminaron el informe y Marcos, como le había prometido, la llevó hasta la peluquería en el coche. 

— ¿Tienes alguna cita hoy? — le preguntó Marcos, mientras iban en el coche. 

— Bueno, me han invitado a una fiesta — respondió ella ilusionada. 

— Supongo que debe ser una fiesta algo especial, sino no irías a la peluquería, ¿no?

— Sí, claro,bueno no sé, pero es que hace mucho que no salgo y mi mejor amiga se ha empeñado en que me vista y me arregle como la que más para ir a esa fiesta a ver si ligo. 

— ¡Ah, entiendo! — sonrió Marcos. 

Ya estaban llegando a la peluquería, como avisaba el navegador del coche de Marcos. Este detuvo el coche justo enfrente. 

— Bueno, hemos llegado, muchas gracias por traerme — se despidió Mónica abriendo la puerta del coche que Marcos había detenido justo enfrente de la peluquería. 

— Sí, espero que te lo pases bien en la fiesta — le deseó él. 

— Gracias. 

Mónica cerró la puerta del coche y se dirigió hacia la peluquería. Mientras Marcos la observaba pensando que sin duda era una chica guapa. 

Tras la sesión de peluquería le tocaba al vestido. Cata le ayudó a ponérselo.

— Estás impresionante, seguro que los dejas a todos con la boca abierta. 

Mónica se miró en el espejo, realmente estaba impresionante con aquel vestido. Al final se iba a alegrar de haberle hecho caso a Cata. 

Una hora más tarde, Cata la llevó en su pequeño coche utilitario hasta el local donde se celebraba la fiesta. Cuando llegaron el edificio no tenía nada peculiar, ni siquiera un letrero que identificara aquel lugar como “EL CLUB” que indicaba en la invitación. 

— ¿Estás segura de que es aquí? — le preguntó Mónica a su amiga. 

— Bueno, el navegador nos ha traído hasta aquí, así que supongo que sí. Anda, vé y llama a la puerta. Yo me quedo aquí por si acaso. 

Mónica obedeció, bajó del coche, se acercó a la puerta y llamó con el picaporte que tenía la puerta, que se abrió al cabo de unos segundos y tras la cual apareció un hombre alto y grande, vestido con un uniforme de vigilante de seguridad. 

— ¿Nombre? — preguntó el guardia cerrando la puerta. 

— Mónica Del Águila — respondió ella. 

El guardia de seguridad miró la lista que llevaba en la mano y cuando encontró el nombre de ella, lo marcó con una cruz. 

— Adelante. 

Mónica saludó a Cata y entró, tras la primera puerta, había otra que también cruzó y tras la que se encontró a una chica que iba desnuda y que le dijo:

— Entra en esa habitación y desnúdate, por favor. 

— ¿Qué? — preguntó Mónica como si no hubiera entendido lo que le pedía la chica. 

— Tienes que desnudarte, las mujeres vamos desnudas en este tipo de fiestas, es una norma del Club, supongo que eres nueva ¿no?, y tu Señor no te lo habrá contado. 

— ¿Eh? No. 

¿Señor, qué Señor? Ella había ido hasta allí por una invitación que le había enviado anónimamente. 

La chica le abrió la puerta del vestuario indicándole que entrara y ella lo hizo, pues cada vez estaba más intrigada y tenía más ganas de saber de qué trataba todo aquello y que le deparaba aquella fiesta. 

Mientras se desnudaba en el vestuario quitándose el vestido, oyó que fuera un hombre preguntaba:

— ¿Ha llegado ya la Señorita Mónica del Águila? 

La voz le sonaba familiar a Mónica, pero no pudo identificar a quién pertenecía porque la puerta amortiguaba bastante el sonido y además los demás ruidos de alrededor tampoco ayudaban a que pudiera oírla claramente. 

— Sí, está en el vestuario 3, desnudándose. 

— Bien, yo respondo por ella, así que cuando salga ponle esta pulsera. 

— Sí, Señor — afirmó la chica.

Mónica terminó de desnudarse, colocando la ropa en una percha que había en el vestuario. Después salió del vestuario. 

La chica que había allí, cogió su percha y le dio una ficha con un número y un bolsito donde puso la ficha y el móvil que Mónica llevaba en la mano. Luego le dijo:

 — Déjame que te ponga esto. 

Le indicó una pulsera de diamantes y rubíes con forma de corazón. Mónica le alcanzó su muñeca y la chica le puso la pulsera, cerrándola con una llave dorada, que llevaba un corazón idéntico a los de la pulsera, en la cabeza.

Luego, le abrió una puerta diciéndole: 

— Ya puedes entrar, disfruta de la fiesta. 


Mónica entró en una gran sala, en realidad, no era muy diferente de cualquier discoteca del país, había una pista central donde la gente bailaba, los hombres iban completamente vestidos y con un antifaz en la cara, las mujeres completamente desnudas. Algunas parecía que iban solas, otras iban acompañadas de un hombre. A cada lado de la pista de baile había una barra y tras estas, sendas escaleras que subían a lo que parecía un privado. Allí fué donde le pareció ver a algunas parejas follando, aunque por la oscuridad que había no podía asegurarlo. 

De repente la música bajó de intensidad, se encendió una luz enfocando a la parte central de la zona privada y un tío, que igual que las mujeres, iba desnudo, aunque llevaba una capa negra y un antifaz del mismo color, dijo frente a un micrófono: 

— Bienvenidos, señores y señoritas, a la tercera fiesta anual del CLUB. 

Mónica se encontraba perdida, no sabía que debía hacer o donde debía ir, cuando justo detrás de ella, una voz en su oído le dijo: 

— ¿Quizás me estás buscando? Soy tu Señor desde hoy.

Mónica iba a girarse hacia el misterioso hombre, pero este no se lo permitió diciéndole: 

— No te gires, a su debido tiempo sabrás quién soy, de momento, ya te lo he dicho, soy tu Señor — y pasando su mano por delante de ella le mostró la llave con que la chica del vestuario había cerrado su pulsera. 

Mónica sintió una leve excitación. 

— Señores y señoras, como bien saben, hoy es la noche de debutantes, y aquí tenemos a las candidatas de hoy — seguía hablando el presentador;  mientras bajaba las escaleras, a la vez que en el centro de la pista de baile, que se había vaciado y estaba ahora iluminada con luces claras; unos chicos guapos y musculosos colocaron un par de mesas alargadas de lado a lado de la pista, justo en el centro, luego colocaron manteles blancos sobre estas y el presentador, se situó en la pista, justo enfrente de las mesas. 

El Señor se colocó al lado de Mónica, sujetándola de la mano. La miró de arriba a abajo. Mónica no pudo evitar sentirse excitada nuevamente, además de nerviosa, ¿era ella una de las debutantes? ¿Debutantes de qué? Todo eran preguntas para ella. A su lado y al lado de Su Señor, se colocaron otras chicas con sus respectivos Señores, serían unas cinco o seis, todas desnudas y ellos iban vestidos exactamente igual que iba su Señor, con un pantalón de cuero negro y una camiseta negra.

— Nuestras debutantes de hoy son: (cuando diga vuestros nombres dad un paso adelante). 

Patricia Bravo, Elsa Mariscal, Nuria Rodenas, Mónica del Águila, Andrea Novo, Eugenia Bustos, Fabiola Buendía. 

Las chicas una por una fueron dando un paso adelante cuando el presentador decía su nombre. Mónica se puso muy nerviosa, ya que todo el mundo les estaba observando, sobre todo cuando su nombre sonó en la sala. 

— A partir de hoy, vuestros señores os llamarán por el nombre que en unos minutos os darán ellos, deberéis obedecerlos siempre y en todo momento cuando estéis aquí en el club, y les daréis placer cuando ellos os lo demanden. Ahora veamos. 

¿Darles placer? ¿Obedecerles siempre allí en el club? ¿Qué significaba todo aquello? 

El presentador se acercó a los hombres que seguían en línea recta un paso detrás de ellas. 

— Señor Verde — dijo dirigiéndose al primero de los hombres de la línea, empezando por la derecha — ¿Cuál será el nombre de tu pareja a partir de ahora? 

— Esmeralda — respondió él. 

Preguntó al siguiente, el Sr. Azul: 

— Zafiro — respondió él 

El siguiente era el Sr. Amarillo: 

— Ámbar. 

Y llegó hasta su Sr. 

— ¿Cuál será el nombre de la Señorita, Sr. Rojo? 

— Rubí — respondió su Señor orgulloso. 

Mónica suspiró, miró su pulsera y entonces se dio cuenta, era de rubíes, miró a su compañera. Llevaba una pulsera exactamente igual que la suya, pero con Ambares y la que tenía al otro lado

— ¿El nombre de su pareja? 

— Diamante — respondió este. 

Seguidamente, preguntó al Sr. Morado y respondió: 

— Amatista. 

Y el último de la línea, el Sr. Negro dijo: 

— Azabache

— Bien, ahora las señoritas venid conmigo hasta la mesa — les indicó el presentador. 

Todas ellas le siguieron, situándose frente a la mesa.

¿Qué iba a suceder ahora? ¿Qué harían? Se preguntaba Mónica, totalmente desorientada, perdida, sin saber de que iba todo aquello. 

Por lo bajo, Mónica se atrevió a preguntar a su compañera, la Señorita Diamante. 

— ¿Qué vamos a hacer ahora? 

Diamante, una chica rubia, de pelo liso, bajita y delgada, con los ojos azules, le respondió también por lo bajo: 

— Ahora lo verás, pero esto se llama la posesión. 

¿La posesión? ¿Qué significaba eso? ¿A qué se refería? ¿Qué tipo de posesión sería? 

— Bien, queridas — dijo el presentador — Vamos a empezar con la posesión de vuestros Señores. Tumbaos hacia adelante, con el torso apoyado sobre la mesa, y el culo hacia afuera, en dirección a vuestros Señores, vamos como si fuerais a jugar a los caballitos — se rio el presentador. 

Las chicas obedecieron, aunque Mónica fue la última en colocarse como les había indicado el presentador, pues tenía ciertas reservas, no sabía si quería hacer aquello, aunque tenía que arriesgar, ¿no? Había ido hasta allí para pasar una buena noche, para conocer a gente nueva y tener nuevas experiencias y sin duda, aquello era una experiencia nueva. 

Los hombres se acercaron a ellas por detrás. Mónica sentía como su corazón iba a mil por hora, como latía con fuerza en su pecho. 

— Tranquila — le dijo Sr. Rojo en un susurro, mientras se bajaba la cremallera del pantalón. 

¡Ay, Señor!, pensó Mónica, ahora entendía a qué posesión se referían, aquel hombre iba a… 

El Sr. Rojo, acarició su entrepierna, movió sus dedos suavemente, arriba y abajo, excitándola. No podía creérselo, estaba delante de unos cientos de personas, todos les estaban observando y ella estaba excitada y dispuesta a dejar que Sr. Rojo la poseyera. Sr. Rojo introdujo un dedo dentro de ella, lo movió dentro y fuera unos minutos, excitándola, dándole placer. Mónica miró a su lado, Ámbar estaba gimiendo ya, su Sr. la estaba penetrando y ella gemía excitada con cara de placer y deseo. 

El Sr. Rojo se recostó sobre ella, y susurrando en su oído le dijo: 

— Te deseo tanto, voy a penetrarte ahora, mira, siente mi polla en la entrada. 


Rubí gimió. Y seguidamente, sintió la punta de la polla de su Sr. en la entrada de su vagina, la sintió suave y como si llevara… sí, se había puesto un condón, eso la tranquilizó un poco. Sr Rojo la penetró suavemente. 

— ¡Oh, si señores! — dijo el presentador — La posesión se ha completado, las debutantes ya son miembros de pleno derecho de nuestro Club. Ahora vamos a darles un poco de privacidad a las parejas de debutantes. 

Y entonces, una cortina descendió desde el techo despacio hasta cubrirlos por completo, dejándolos aislados del resto de la pista como si estuvieran en una habitación. 

Mónica jadeó, suspiró, tranquilizándose, y siguió disfrutando de las embestidas de su nuevo amante, que empujaba una y otra vez y otra, dándole un placer que jamás hubiera imaginado que podría sentir en aquellas circunstancias. Se empezaron a oír gemidos placenteros del resto de parejas, evidenciando que algunos de ellos ya estaban llegando al orgasmo. Precisamente a su lado, Mónica oyó como Ámbar gemía gritando: 

— ¡Ay, sí, Señor, sí! 

Eso pareció disparar el placer de su Sr. que empezó a empujar fuerte una y otra vez, logrando que ella se corriera sin importarle que los demás la oyeran gemir placenteramente. Enseguida fue Sr. Rojo, quien se corrió dentro de ella, y por consiguiente, llenando el condón con su caliente semen. 

Las parejas empezaron a salir del recinto creado por la cortina, mientras ella, aún doblada sobre la mesa, trataba de procesar lo que acababa de suceder. 

— ¡Eh, vamos! Tenemos que salir de aquí — le avisó su Sr. 

Se incorporó, y trató de moverse. Sr. Rojo la cogió por la cintura, tratando de ayudarla. 

— Sé que probablemente estés algo aturdida, es normal la primera vez, pero la ceremonia de iniciación aún no ha terminado. 

— ¿Qué? ¿Aún hay más? — preguntó Mónica, sorprendida. 

¿Qué le esperaba ahora? ¿Qué harían? 

— No te preocupes, esta vez es algo más normal y sencillo. Ven, tenemos que subir al reservado.

Rojo la cogió de la mano y tiró de ella, que le siguió sin saber exactamente por qué. Todo lo sucedido aquella noche en aquel local estaba siendo extraño, diferente, pero ella se había dejado hacer, sin conocer a aquel hombre que ahora la arrastraba hasta el piso superior. No sabía por qué pero había algo en él que le decía que podía confiar, que debía confiar en él, y quizás por eso, a pesar de todo, ella se había sentido segura y bien en aquel lugar, y haciendo todo lo que Rojo le había pedido que hiciera. 

Cuando llegaron arriba, al fondo del reservado, había una barra de bar tras la cual había una puerta, por la que  Mónica vio que entraban algunas de las parejas que habían participado en la iniciación con ellos. Rojo la llevó hasta allí y entraron también por la puerta. Entraron en una gran habitación que parecía una especie de salón, en un gran sofá de color rojo estaba el que había hecho de presentador durante la ceremonia, sentado junto a un par de chicas con las que jugaba y se acariciaban. 

Rojo y ella se acercaron a él. 

— Vaya, buena adquisición Rojo, sin duda. 

— Gracias, sr. Infinito. 

— Bueno, aquí tenéis vuestras insignias — les dio un pin a cada uno con el logo del club, unos zapatos de tacón rojo — recordad, que deben estar bien visibles siempre que vengáis por aquí. 

— Sí, Señor. 

— Ahora arrodíllate frente a mí, preciosa — le pidió, Sr. Infinito a Mónica. 

Puso su mano derecha sobre la cabeza de ella, a la vez que, Sr. Rojo se situaba a un lado de ambos y colocaba su mano derecha sobre el hombro de Rubí. 

— Desde hoy, tú, Rubí Rojo, eres miembro de pleno derecho de este club y serás la sumisa de Sr. Rojo. 

¿Sumisa? ¿Eso es lo que era? ¿De eso se trataba? ¿De convertirse en la sumisa de alguien a quien no conocía o por lo menos, acababa de conocer? 

Cuando salieron del despacho o lo que fuera del Sr. Infinito, Mónica tenía un millón de dudas y preguntas para su Sr. Pero solo pudo formularle una: 

— ¿Sr. Rojo, puedo saber quién es? Sé que usted y yo nos conocemos de algo, pero… por favor, déjeme saber quién es. 

— Lo siento, pero no, todavía no — le dijo Rojo, no estaba preparado, no podía decírselo aún, era pronto, necesitaba más tiempo, necesitaba pensar como decírselo, necesitaba que ella confiara en él — Lo sabrás a su debido tiempo, ahora es hora de que vuelvas a tu casa. 

— Pero yo… Señor…

— No, yo soy tu Señor, debes hacer lo que te pido, debes obedecerme, y ahora es el momento de que vuelvas a casa. Vamos. 

Mónica se sintió decepcionada, habían compartido un momento de sexo mientras cientos de personas les observaban, se había convertido en su sumisa, ¿y no podía decirle quién era en realidad? 

Mientras salían del local, Sr. Rojo iba llamando por teléfono, estaba pidiendo un taxi para ella. Entraron en la zona de vestuarios, y ella se vistió mientras él esperaba fuera. Luego salieron del local, y esperaron unos escasos minutos en la acera a que llegara el taxi. Minutos en los que ninguno de los dos dijo nada, ella porque estaba decepcionada y enfadada, y él porque no quería contarle nada a ella, prefería mantener las distancias, por ahora. 

El taxi llegó enseguida, y en cuando se detuvo frente a ellos, él se acercó para abrir la puerta, ella le siguió y antes de entrar en el taxi le preguntó: 

— ¿Volveremos a vernos? 

— Por supuesto, ahora estamos unidos — afirmó él señalando la pulsera. 

Mónica entró en el taxi y Rojo le dio la dirección al taxista, que arrancó. 

Media hora más tarde había llegado ya a su casa. Y todavía se sentía aturdida con todo lo sucedido aquella noche, tanto que pensó que sería mejor no contarle nada a Cata. Por supuesto, cuando abrió la puerta de casa, Cata ya la estaba esperando en el salón, sentada en el sofá viendo la televisión. 

— ¡Ey, ¿cómo ha ido?!

— Bien — respondió Mónica sin mucho ánimo. 

— ¿Solo bien? ¿No me vas a contar detalles de lo que ha pasado? — preguntó Cata curiosa. 

— Ahora mismo estoy cansada y quiero irme a la cama. Mañana te lo cuento todo ¿vale? 

— Está bien — aceptó Cata desilusionada

Se fueron ambas a la cama, pero Mónica no pudo dormir mucho aquella noche, ya que no dejaba de darle vueltas a lo sucedido en aquel club.  


DESEO OCULTO 4

— Ven a mi despacho ahora mismo — me ordenó sin preámbulos. Mi corazón se disparó, latiendo a mil por hora. ¿Le habría gustado la escena ...