jueves, 19 de septiembre de 2024

EL CLUB

 Eran ya las siete de la tarde cuando Mónica llegó a casa después de un largo día de trabajo en la oficina. Nada más entrar en el portal miró el buzón, había una carta, por lo que abrió el buzón y la sacó, era un sobre con su nombre, pero no llevaba remitente, lo que le pareció extraño. Subió al ascensor y mientras subía hasta su piso, en la octava planta, abrió el sobre, dentro había una hermosa invitación de cartulina color salmón en la que decía:”Está invitada a la fiesta que se realizará el próximo día 25 de Abril a las 22.00 horas, en EL CLUB, C. Hermenegildo Correas, 120” no había nada más, ni un número de teléfono, ni el nombre de la persona que enviaba la invitación, nada de nada. 

— ¡Hola, ya estoy en casa! — anunció tras cerrar la puerta. 

Cata, su amiga, con la que compartía piso no respondió, por lo que supuso que quizás aún no había llegado. 

Sé quitó el abrigo y lo dejó en el perchero que tenían en el recibidor, después entró hasta el salón-comedor. Fue entonces, cuando Cata salió del baño, envuelta en una toalla y con el pelo mojado, sin duda acababa de darse una ducha. 

— ¡Hola, preciosa! — la saludó su amiga — ¿Cómo ha ido el día? 

— Bien, ¿y a ti? — le preguntó a Cata que trataba de secarse el pelo con la toalla que llevaba en las manos. 

— Bien, Nico acaba de irse hace nada. 

— ¿Habéis pasado la tarde follando? 

Mónica dejó el bolso sobre una de las sillas del comedor sin soltar la invitación que aún llevaba en la mano. 

— ¿Acaso lo dudas? ¿Qué llevas ahí? — le preguntó Cata indicándole la invitación. 

— Nada, me han invitado a una fiesta. 

— ¿Quién? ¿Cuándo?

Cata tiró de la invitación, quitándosela de las manos, observándola. 

— Pues no lo sé, no dice quién la envía — respondió Mónica. 

— Entonces tendrás que ir para ver de quién se trata, ¿no crees? — le animó su amiga. 

— No sé. 

Mónica se dirigió hacia su habitación, seguida de Cata que iba hacia la suya que estaba justo enfrente de la de Mónica. 

— Claro que tienes que ir, tía, llevas una vida demasiado monacal, tienes que salir un poco, distraerte, y esa es una buena oportunidad. 

— Pero si no conoceré a nadie en la fiesta — se quejó Mónica, mientras se quitaba los zapatos y se ponía las zapatillas. 

— Pues de eso se trata, de que conozcas gente. 

Cata se estaba poniendo el pijama en su habitación. 

Mónica salió de su habitación y entró en la de su amiga sentándose en la cama. 

— No sé, ya veremos. 

Cata se estaba peinando mirándose en el espejo del tocador. 

— No, ya veremos no, tú vas a ir y si es necesario te llevo yo arrastras. 



El fin de semana llegó más deprisa de lo que Mónica hubiera deseado, pues la idea de ir a esa fiesta misteriosa la tenía un poco indecisa. Algo le decía que tenía que ir, pero, por otra parte, le daba miedo, ya que seguramente no conocería a nadie en la fiesta. Aunque ya no tenía otro remedio más que ir, Cata le había pedido hora en la peluquería y le había comprado un vestido rojo impresionante, con escote palabra de honor y falda de vuelo.  Estaba ensimismada en su mesa, faltaba solo unos cinco minutos para terminar la jornada, cuando Marcos, su guapo e increíblemente sexy jefe, la llamó desde su despacho. Mónica, como siempre solicita, acudió inmediatamente. 

— ¿Qué desea, Señor?

— Necesito que te quedes un poco, habría que pasar a limpio el informe que hemos terminado esta mañana, el de ”Mokamix”

Mónica miró el reloj, le sabía mal tener que decirle que no a Marcos, pero tenía hora en la peluquería en media hora y no podía perder un minuto.


— No sé, no puedo, es que tengo hora en la peluquería para dentro de media hora es para algo importante, yo… 

— Será rápido, no te preocupes, y luego te llevo yo en el coche a la peluquería si te parece. 

— Esta bien — aceptó.

Mónica se sentó en la mesa de su jefe y empezó a pasar el informe según las indicaciones que este le iba dando.

Marcos era un hombre guapo y atractivo, además del soltero de oro de la empresa. Todas las empleadas solteras y de 30 para abajo estaban coladitas por él, y no era para menos. Marcos era el hijo del presidente, además de un hombre inteligente, trabajador y simpático. Y por supuesto, el adonis de la empresa; no había nadie más atractivo que él. Alto, moreno, atlético, elegante, joven (acababa de cumplir los 30). Obviamente, Mónica también se moría por sus huesos y él era la causa de que su vida fuera tan monacal como decía Cata, lo malo era que Marcos parecía no darse cuenta de todo lo que causaba a las mujeres que tenía a su alrededor. Aunque tampoco se le conocía novia ni nada por el estilo. Incluso corrían rumores por la empresa de que quizás le gustaran los hombres.

Terminaron el informe y Marcos, como le había prometido, la llevó hasta la peluquería en el coche. 

— ¿Tienes alguna cita hoy? — le preguntó Marcos, mientras iban en el coche. 

— Bueno, me han invitado a una fiesta — respondió ella ilusionada. 

— Supongo que debe ser una fiesta algo especial, sino no irías a la peluquería, ¿no?

— Sí, claro,bueno no sé, pero es que hace mucho que no salgo y mi mejor amiga se ha empeñado en que me vista y me arregle como la que más para ir a esa fiesta a ver si ligo. 

— ¡Ah, entiendo! — sonrió Marcos. 

Ya estaban llegando a la peluquería, como avisaba el navegador del coche de Marcos. Este detuvo el coche justo enfrente. 

— Bueno, hemos llegado, muchas gracias por traerme — se despidió Mónica abriendo la puerta del coche que Marcos había detenido justo enfrente de la peluquería. 

— Sí, espero que te lo pases bien en la fiesta — le deseó él. 

— Gracias. 

Mónica cerró la puerta del coche y se dirigió hacia la peluquería. Mientras Marcos la observaba pensando que sin duda era una chica guapa. 

Tras la sesión de peluquería le tocaba al vestido. Cata le ayudó a ponérselo.

— Estás impresionante, seguro que los dejas a todos con la boca abierta. 

Mónica se miró en el espejo, realmente estaba impresionante con aquel vestido. Al final se iba a alegrar de haberle hecho caso a Cata. 

Una hora más tarde, Cata la llevó en su pequeño coche utilitario hasta el local donde se celebraba la fiesta. Cuando llegaron el edificio no tenía nada peculiar, ni siquiera un letrero que identificara aquel lugar como “EL CLUB” que indicaba en la invitación. 

— ¿Estás segura de que es aquí? — le preguntó Mónica a su amiga. 

— Bueno, el navegador nos ha traído hasta aquí, así que supongo que sí. Anda, vé y llama a la puerta. Yo me quedo aquí por si acaso. 

Mónica obedeció, bajó del coche, se acercó a la puerta y llamó con el picaporte que tenía la puerta, que se abrió al cabo de unos segundos y tras la cual apareció un hombre alto y grande, vestido con un uniforme de vigilante de seguridad. 

— ¿Nombre? — preguntó el guardia cerrando la puerta. 

— Mónica Del Águila — respondió ella. 

El guardia de seguridad miró la lista que llevaba en la mano y cuando encontró el nombre de ella, lo marcó con una cruz. 

— Adelante. 

Mónica saludó a Cata y entró, tras la primera puerta, había otra que también cruzó y tras la que se encontró a una chica que iba desnuda y que le dijo:

— Entra en esa habitación y desnúdate, por favor. 

— ¿Qué? — preguntó Mónica como si no hubiera entendido lo que le pedía la chica. 

— Tienes que desnudarte, las mujeres vamos desnudas en este tipo de fiestas, es una norma del Club, supongo que eres nueva ¿no?, y tu Señor no te lo habrá contado. 

— ¿Eh? No. 

¿Señor, qué Señor? Ella había ido hasta allí por una invitación que le había enviado anónimamente. 

La chica le abrió la puerta del vestuario indicándole que entrara y ella lo hizo, pues cada vez estaba más intrigada y tenía más ganas de saber de qué trataba todo aquello y que le deparaba aquella fiesta. 

Mientras se desnudaba en el vestuario quitándose el vestido, oyó que fuera un hombre preguntaba:

— ¿Ha llegado ya la Señorita Mónica del Águila? 

La voz le sonaba familiar a Mónica, pero no pudo identificar a quién pertenecía porque la puerta amortiguaba bastante el sonido y además los demás ruidos de alrededor tampoco ayudaban a que pudiera oírla claramente. 

— Sí, está en el vestuario 3, desnudándose. 

— Bien, yo respondo por ella, así que cuando salga ponle esta pulsera. 

— Sí, Señor — afirmó la chica.

Mónica terminó de desnudarse, colocando la ropa en una percha que había en el vestuario. Después salió del vestuario. 

La chica que había allí, cogió su percha y le dio una ficha con un número y un bolsito donde puso la ficha y el móvil que Mónica llevaba en la mano. Luego le dijo:

 — Déjame que te ponga esto. 

Le indicó una pulsera de diamantes y rubíes con forma de corazón. Mónica le alcanzó su muñeca y la chica le puso la pulsera, cerrándola con una llave dorada, que llevaba un corazón idéntico a los de la pulsera, en la cabeza.

Luego, le abrió una puerta diciéndole: 

— Ya puedes entrar, disfruta de la fiesta. 


Mónica entró en una gran sala, en realidad, no era muy diferente de cualquier discoteca del país, había una pista central donde la gente bailaba, los hombres iban completamente vestidos y con un antifaz en la cara, las mujeres completamente desnudas. Algunas parecía que iban solas, otras iban acompañadas de un hombre. A cada lado de la pista de baile había una barra y tras estas, sendas escaleras que subían a lo que parecía un privado. Allí fué donde le pareció ver a algunas parejas follando, aunque por la oscuridad que había no podía asegurarlo. 

De repente la música bajó de intensidad, se encendió una luz enfocando a la parte central de la zona privada y un tío, que igual que las mujeres, iba desnudo, aunque llevaba una capa negra y un antifaz del mismo color, dijo frente a un micrófono: 

— Bienvenidos, señores y señoritas, a la tercera fiesta anual del CLUB. 

Mónica se encontraba perdida, no sabía que debía hacer o donde debía ir, cuando justo detrás de ella, una voz en su oído le dijo: 

— ¿Quizás me estás buscando? Soy tu Señor desde hoy.

Mónica iba a girarse hacia el misterioso hombre, pero este no se lo permitió diciéndole: 

— No te gires, a su debido tiempo sabrás quién soy, de momento, ya te lo he dicho, soy tu Señor — y pasando su mano por delante de ella le mostró la llave con que la chica del vestuario había cerrado su pulsera. 

Mónica sintió una leve excitación. 

— Señores y señoras, como bien saben, hoy es la noche de debutantes, y aquí tenemos a las candidatas de hoy — seguía hablando el presentador;  mientras bajaba las escaleras, a la vez que en el centro de la pista de baile, que se había vaciado y estaba ahora iluminada con luces claras; unos chicos guapos y musculosos colocaron un par de mesas alargadas de lado a lado de la pista, justo en el centro, luego colocaron manteles blancos sobre estas y el presentador, se situó en la pista, justo enfrente de las mesas. 

El Señor se colocó al lado de Mónica, sujetándola de la mano. La miró de arriba a abajo. Mónica no pudo evitar sentirse excitada nuevamente, además de nerviosa, ¿era ella una de las debutantes? ¿Debutantes de qué? Todo eran preguntas para ella. A su lado y al lado de Su Señor, se colocaron otras chicas con sus respectivos Señores, serían unas cinco o seis, todas desnudas y ellos iban vestidos exactamente igual que iba su Señor, con un pantalón de cuero negro y una camiseta negra.

— Nuestras debutantes de hoy son: (cuando diga vuestros nombres dad un paso adelante). 

Patricia Bravo, Elsa Mariscal, Nuria Rodenas, Mónica del Águila, Andrea Novo, Eugenia Bustos, Fabiola Buendía. 

Las chicas una por una fueron dando un paso adelante cuando el presentador decía su nombre. Mónica se puso muy nerviosa, ya que todo el mundo les estaba observando, sobre todo cuando su nombre sonó en la sala. 

— A partir de hoy, vuestros señores os llamarán por el nombre que en unos minutos os darán ellos, deberéis obedecerlos siempre y en todo momento cuando estéis aquí en el club, y les daréis placer cuando ellos os lo demanden. Ahora veamos. 

¿Darles placer? ¿Obedecerles siempre allí en el club? ¿Qué significaba todo aquello? 

El presentador se acercó a los hombres que seguían en línea recta un paso detrás de ellas. 

— Señor Verde — dijo dirigiéndose al primero de los hombres de la línea, empezando por la derecha — ¿Cuál será el nombre de tu pareja a partir de ahora? 

— Esmeralda — respondió él. 

Preguntó al siguiente, el Sr. Azul: 

— Zafiro — respondió él 

El siguiente era el Sr. Amarillo: 

— Ámbar. 

Y llegó hasta su Sr. 

— ¿Cuál será el nombre de la Señorita, Sr. Rojo? 

— Rubí — respondió su Señor orgulloso. 

Mónica suspiró, miró su pulsera y entonces se dio cuenta, era de rubíes, miró a su compañera. Llevaba una pulsera exactamente igual que la suya, pero con Ambares y la que tenía al otro lado

— ¿El nombre de su pareja? 

— Diamante — respondió este. 

Seguidamente, preguntó al Sr. Morado y respondió: 

— Amatista. 

Y el último de la línea, el Sr. Negro dijo: 

— Azabache

— Bien, ahora las señoritas venid conmigo hasta la mesa — les indicó el presentador. 

Todas ellas le siguieron, situándose frente a la mesa.

¿Qué iba a suceder ahora? ¿Qué harían? Se preguntaba Mónica, totalmente desorientada, perdida, sin saber de que iba todo aquello. 

Por lo bajo, Mónica se atrevió a preguntar a su compañera, la Señorita Diamante. 

— ¿Qué vamos a hacer ahora? 

Diamante, una chica rubia, de pelo liso, bajita y delgada, con los ojos azules, le respondió también por lo bajo: 

— Ahora lo verás, pero esto se llama la posesión. 

¿La posesión? ¿Qué significaba eso? ¿A qué se refería? ¿Qué tipo de posesión sería? 

— Bien, queridas — dijo el presentador — Vamos a empezar con la posesión de vuestros Señores. Tumbaos hacia adelante, con el torso apoyado sobre la mesa, y el culo hacia afuera, en dirección a vuestros Señores, vamos como si fuerais a jugar a los caballitos — se rio el presentador. 

Las chicas obedecieron, aunque Mónica fue la última en colocarse como les había indicado el presentador, pues tenía ciertas reservas, no sabía si quería hacer aquello, aunque tenía que arriesgar, ¿no? Había ido hasta allí para pasar una buena noche, para conocer a gente nueva y tener nuevas experiencias y sin duda, aquello era una experiencia nueva. 

Los hombres se acercaron a ellas por detrás. Mónica sentía como su corazón iba a mil por hora, como latía con fuerza en su pecho. 

— Tranquila — le dijo Sr. Rojo en un susurro, mientras se bajaba la cremallera del pantalón. 

¡Ay, Señor!, pensó Mónica, ahora entendía a qué posesión se referían, aquel hombre iba a… 

El Sr. Rojo, acarició su entrepierna, movió sus dedos suavemente, arriba y abajo, excitándola. No podía creérselo, estaba delante de unos cientos de personas, todos les estaban observando y ella estaba excitada y dispuesta a dejar que Sr. Rojo la poseyera. Sr. Rojo introdujo un dedo dentro de ella, lo movió dentro y fuera unos minutos, excitándola, dándole placer. Mónica miró a su lado, Ámbar estaba gimiendo ya, su Sr. la estaba penetrando y ella gemía excitada con cara de placer y deseo. 

El Sr. Rojo se recostó sobre ella, y susurrando en su oído le dijo: 

— Te deseo tanto, voy a penetrarte ahora, mira, siente mi polla en la entrada. 


Rubí gimió. Y seguidamente, sintió la punta de la polla de su Sr. en la entrada de su vagina, la sintió suave y como si llevara… sí, se había puesto un condón, eso la tranquilizó un poco. Sr Rojo la penetró suavemente. 

— ¡Oh, si señores! — dijo el presentador — La posesión se ha completado, las debutantes ya son miembros de pleno derecho de nuestro Club. Ahora vamos a darles un poco de privacidad a las parejas de debutantes. 

Y entonces, una cortina descendió desde el techo despacio hasta cubrirlos por completo, dejándolos aislados del resto de la pista como si estuvieran en una habitación. 

Mónica jadeó, suspiró, tranquilizándose, y siguió disfrutando de las embestidas de su nuevo amante, que empujaba una y otra vez y otra, dándole un placer que jamás hubiera imaginado que podría sentir en aquellas circunstancias. Se empezaron a oír gemidos placenteros del resto de parejas, evidenciando que algunos de ellos ya estaban llegando al orgasmo. Precisamente a su lado, Mónica oyó como Ámbar gemía gritando: 

— ¡Ay, sí, Señor, sí! 

Eso pareció disparar el placer de su Sr. que empezó a empujar fuerte una y otra vez, logrando que ella se corriera sin importarle que los demás la oyeran gemir placenteramente. Enseguida fue Sr. Rojo, quien se corrió dentro de ella, y por consiguiente, llenando el condón con su caliente semen. 

Las parejas empezaron a salir del recinto creado por la cortina, mientras ella, aún doblada sobre la mesa, trataba de procesar lo que acababa de suceder. 

— ¡Eh, vamos! Tenemos que salir de aquí — le avisó su Sr. 

Se incorporó, y trató de moverse. Sr. Rojo la cogió por la cintura, tratando de ayudarla. 

— Sé que probablemente estés algo aturdida, es normal la primera vez, pero la ceremonia de iniciación aún no ha terminado. 

— ¿Qué? ¿Aún hay más? — preguntó Mónica, sorprendida. 

¿Qué le esperaba ahora? ¿Qué harían? 

— No te preocupes, esta vez es algo más normal y sencillo. Ven, tenemos que subir al reservado.

Rojo la cogió de la mano y tiró de ella, que le siguió sin saber exactamente por qué. Todo lo sucedido aquella noche en aquel local estaba siendo extraño, diferente, pero ella se había dejado hacer, sin conocer a aquel hombre que ahora la arrastraba hasta el piso superior. No sabía por qué pero había algo en él que le decía que podía confiar, que debía confiar en él, y quizás por eso, a pesar de todo, ella se había sentido segura y bien en aquel lugar, y haciendo todo lo que Rojo le había pedido que hiciera. 

Cuando llegaron arriba, al fondo del reservado, había una barra de bar tras la cual había una puerta, por la que  Mónica vio que entraban algunas de las parejas que habían participado en la iniciación con ellos. Rojo la llevó hasta allí y entraron también por la puerta. Entraron en una gran habitación que parecía una especie de salón, en un gran sofá de color rojo estaba el que había hecho de presentador durante la ceremonia, sentado junto a un par de chicas con las que jugaba y se acariciaban. 

Rojo y ella se acercaron a él. 

— Vaya, buena adquisición Rojo, sin duda. 

— Gracias, sr. Infinito. 

— Bueno, aquí tenéis vuestras insignias — les dio un pin a cada uno con el logo del club, unos zapatos de tacón rojo — recordad, que deben estar bien visibles siempre que vengáis por aquí. 

— Sí, Señor. 

— Ahora arrodíllate frente a mí, preciosa — le pidió, Sr. Infinito a Mónica. 

Puso su mano derecha sobre la cabeza de ella, a la vez que, Sr. Rojo se situaba a un lado de ambos y colocaba su mano derecha sobre el hombro de Rubí. 

— Desde hoy, tú, Rubí Rojo, eres miembro de pleno derecho de este club y serás la sumisa de Sr. Rojo. 

¿Sumisa? ¿Eso es lo que era? ¿De eso se trataba? ¿De convertirse en la sumisa de alguien a quien no conocía o por lo menos, acababa de conocer? 

Cuando salieron del despacho o lo que fuera del Sr. Infinito, Mónica tenía un millón de dudas y preguntas para su Sr. Pero solo pudo formularle una: 

— ¿Sr. Rojo, puedo saber quién es? Sé que usted y yo nos conocemos de algo, pero… por favor, déjeme saber quién es. 

— Lo siento, pero no, todavía no — le dijo Rojo, no estaba preparado, no podía decírselo aún, era pronto, necesitaba más tiempo, necesitaba pensar como decírselo, necesitaba que ella confiara en él — Lo sabrás a su debido tiempo, ahora es hora de que vuelvas a tu casa. 

— Pero yo… Señor…

— No, yo soy tu Señor, debes hacer lo que te pido, debes obedecerme, y ahora es el momento de que vuelvas a casa. Vamos. 

Mónica se sintió decepcionada, habían compartido un momento de sexo mientras cientos de personas les observaban, se había convertido en su sumisa, ¿y no podía decirle quién era en realidad? 

Mientras salían del local, Sr. Rojo iba llamando por teléfono, estaba pidiendo un taxi para ella. Entraron en la zona de vestuarios, y ella se vistió mientras él esperaba fuera. Luego salieron del local, y esperaron unos escasos minutos en la acera a que llegara el taxi. Minutos en los que ninguno de los dos dijo nada, ella porque estaba decepcionada y enfadada, y él porque no quería contarle nada a ella, prefería mantener las distancias, por ahora. 

El taxi llegó enseguida, y en cuando se detuvo frente a ellos, él se acercó para abrir la puerta, ella le siguió y antes de entrar en el taxi le preguntó: 

— ¿Volveremos a vernos? 

— Por supuesto, ahora estamos unidos — afirmó él señalando la pulsera. 

Mónica entró en el taxi y Rojo le dio la dirección al taxista, que arrancó. 

Media hora más tarde había llegado ya a su casa. Y todavía se sentía aturdida con todo lo sucedido aquella noche, tanto que pensó que sería mejor no contarle nada a Cata. Por supuesto, cuando abrió la puerta de casa, Cata ya la estaba esperando en el salón, sentada en el sofá viendo la televisión. 

— ¡Ey, ¿cómo ha ido?!

— Bien — respondió Mónica sin mucho ánimo. 

— ¿Solo bien? ¿No me vas a contar detalles de lo que ha pasado? — preguntó Cata curiosa. 

— Ahora mismo estoy cansada y quiero irme a la cama. Mañana te lo cuento todo ¿vale? 

— Está bien — aceptó Cata desilusionada

Se fueron ambas a la cama, pero Mónica no pudo dormir mucho aquella noche, ya que no dejaba de darle vueltas a lo sucedido en aquel club.  


DESEO OCULTO 4

— Ven a mi despacho ahora mismo — me ordenó sin preámbulos. Mi corazón se disparó, latiendo a mil por hora. ¿Le habría gustado la escena ...