martes, 11 de mayo de 2021

ARDIENDO EN SU INFERNO

Sus manos ardientes recorren mi cuerpo por encima del hábito. Sus labios calientes, besan mi boca y siento un calor enorme y un infernal deseo por él, es algo que no puedo comprender, pero que tampoco puedo evitar. Cuando mis manos empiezan a imitar a las suyas y acarician su cuerpo pienso que seguro es el diablo y me está llevando con él al infierno. Pero este camino ya no tiene retorno, sobre todo cuando su mano empieza a despojarme de mi vestimenta e instintivamente yo hago lo mismo.

Desnudos por fin, nuestras manos recorren la piel del otro. El calor del fuego que nos envuelve ha aumentado y ya no me importa que todo esto sea algo prohibido para mí, ya casi he olvidado que hace un año hice voto de castidad. Ahora solo me importan sus besos, sus caricias y calmar esta sed que tengo. Nuestros cuerpos se envuelven el uno en el otro, nuestras pieles se rozan, siento su sexo encendido pegado a mi entrepierna que se humedece a marchas forzadas. Mi respiración se acelera al compás de sus manos que ahora rozan mi sexo y hacen que me estremezca. Cierro los ojos y las sensaciones se intensifican, siento sus labios sobre mis senos desnudos, los lame, los chupetea, sorbe mis pezones y todo mi cuerpo tiembla. Debería ser castigada y arder en el fuego del infierno por este pecado, pero a pesar de saber que estoy cometiendo un pecado, dejo que sus manos me acaricien, que sus labios me besen, porque en este momento él es mi religión y sus besos me guían hacia el cielo.


Suena su música preferida en la cadena de música, y sus manos masajean mi piel al ritmo del infernal sonido de Kiss. Marc se sitúa detrás de mí, ahora su sexo erecto choca contra mi culo, se pega a mí y su falo roza mi sexo, luego lo guía erecto y altivo hacía mi húmeda cueva y suavemente me penetra. Sus labios recorren mi cuello, sus manos acarician mis senos y mi sexo, siento su dedo, indice masajeando mi clítoris y todo mi cuerpo estremeciéndose de placer. Gimo irremediablemente sintiéndole dentro de mí, cada vez más profundamente. Me dejó caer en cuatro sobre la cama, mientras él sujetándome por las caderas empuja una y otra vez, haciéndome sentir su falo entrando y saliendo de mi húmeda cueva. Gimo y me excito, quiero llegar al éxtasis, para mí ahora mismo no existe otro más que él. Mi hábito está en el suelo, tirado, mi cuerpo desnudo y siendo venerado por él, mi Dios. El Dios del mal, que me ha hecho caer en las brasas de la perdición, en el infierno de su cuerpo, en el fuego del averno.

Siento como se derrama en mí, como me llena con su veneno, pero me siento feliz y llena, yo también estallo en un maravilloso orgasmo que me eleva hasta su cielo salvador.

Agotados los dos del placer, caemos sobre la cama. Y entonces me susurra al oído:

 ¿Te ha gustado, verdad madre? No sé por qué llevas ese hábito si desde que nos conocimos has sido incapaz de mantener tu castidad a salvo.

Callo, no puedo decir nada, tiene razón. No sé como ha podido suceder, pero vine a este barrio para llevarme a chicos como él, drogadictos y traficantes a mi terreno, enseñarles que hay otro camino, y al final ha sido él quien me ha llevado a su terreno, quien me ha enseñado que otro mundo es posible, que mis creencias no son válidas y que hay otra manera de vivir la vida y disfrutar. Disfrutar del placer, del sexo, de él.

 Tú me has convertido en tu puta, eres un demonio  le recrimino, besándole en los labios. Desnuda y excitada. Me parece todo tan grotesco, pero no lo puedo remediar, desde la primera vez que le vi me sentí atraída y excitada.

Nos reímos los dos. El es mi perdición y yo... ¿Su salvación? 

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